La ciudad de
Kasserine, en el centro de país, fue uno de los focos de la Revolución.
El empleo es tan escaso como una lluvia de verano en
esta ciudad de 80.000 habitantes marginada del desarrollo y los
inversores. Hace cinco años, cuando llegó Benetton prometiendo pedidos
si creaban los talleres, fue una avalancha. En la
actualidad existen 38 «fábricas», como las llaman los
habitantes.
Todas montadas por particulares,
emplean alrededor de 3.000 trabajadoras y aprendizas, el 90% mujeres. Y
fabrican cada año millones de prendas para la marca
italiana, que no ha invertido ni un dinar. En los talleres
ruidosos y sofocantes de calor en verano se trabajan seis días a la
semana durante ocho horas diarias.
El sueldo es el mínimo marcado en
el convenio colectivo del sector textil: 1,46 dinares (70 céntimos de
euro) por hora. Es decir, una media de 130 euros
mensuales. «Ha habido huelgas y manifestaciones para pedir
aumentos, pero no lo hemos conseguido», lamenta Youssef Abidi, número
dos de la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT) de
Kasserine.
En una fábrica de la zona
industrial, la directora aceptó hablar con nosotros de forma anónima.
«En Kasserine, todos tenemos el mismo cliente, Benetton. ¡Claro
que me gustaría pagar más a las trabajadoras! Pero con lo que
nos da es imposible».
Las fábricas se contratan por
prenda confeccionada. El patrono de L’Orient Confection, Saïd Bartouli,
muestra los pedidos. Su empresa cobra 1,20 euros por
pantalón, incluido el corte. Pero debe pagar el hilo, «0,60
euros por pantalón. No me llega». Saïd Bartouli abrió hace 14 meses.
Tiene alquilado el edificio, una nave con las paredes de
hormigón pintadas de blanco. Como los demás pidió préstamos para
comprar las máquinas de coser. «Cuando vas de parte de Benetton, el
banco presta fácilmente».
«Podemos entregar hasta un 1% de
prendas con faltas, a partir de ahí Benetton nos resta 20 euros por cada
prenda», asegura la directora de la primera fábrica.
Las condiciones son draconianas, «no podemos negociar nada».
Saïd Bartouli lo confirma: «Es imposible dialogar. Intenté que paguen al
menos la mitad del hilo. Me dijeron: lo toma o lo deja.
Acepta o rescindimos ahora».
«Los franceses no pagan mejor».
Si disminuyen los pedidos, como
por ejemplo después de la Revolución, los talleres envían a los
trabajadores al paro técnico, sin indemnización. «Benetton es el
único cliente. Nos tiene agarrados. Lo que necesitamos es otro
cliente. Habría competencia, y no ese monopolio que nos impone», dice la
directora de la primera fábrica. ¿Un monopolio
impuesto? «No está escrito en el contrato, pero tenemos
prohibido trabajar para otra marca. Si lo hacemos, Benetton nos
despide».
Contactada en Italia, la
dirección de Benetton lo desmiente: «No imponemos en absoluto la
exclusividad a los subcontratistas». Pero el sindicalista Youssef
Abidi afirma lo contrario. Y Omar Ben Hadj Sliman, el nuevo
gobernador de Kasserine nos lo confirma, pero no ve nada ilegal en ello:
«Forma parte de la negociación comercial. La fábrica no
está obligada a aceptar».
Saïd Bartouli dice que ha
intentado cambiar de cliente. «Me puse en contacto con GAP. Querían
fabricar en Kasserine, estaban interesados. En febrero de 2010 fui
a ver al gobernador. Me dijo: Hay un acuerdo, aquí solo se
trabaja con Benetton». Ahora hemos cambiado de gobernador. El antiguo
fue expulsado.
La marca italiana no es la única
que se aprovecha de la falta de trabajo. «En Túnez hay grandes
ordenantes franceses que no pagan más», nos confía un industrial
del oeste que conoce bien el país. Las mujeres que aceptan esos
salarios de miseria a menudo son jóvenes solteras. Es el caso de Ichraf,
de 24 años, cuya familia necesita imperiosamente el
poco dinero que ella aporta cada mes. O como Aída, de 21 años,
«Somos diez hijos; solo tenemos trabajo mi hermana y yo. Mi familia me
necesita». Acaba de pasar a trabajadora profesional
después de haber sido aprendiza durante diez meses cobrando 65
euros al mes.
Hay cientos de jóvenes como Aída
en los talleres de Kasserine. A ellas no vayan a hablarles de los
valores de compartir y de la diversidad étnica de la marca.
El emblemático «United colors» hace sonreír con amargura a las
costureras de Kasserine.
Marc Mahuzier
Observatorio de las Multinacionales en América Latina