A las diez menos cuarto de la noche del 5 de febrero de 1977 fallecía en la clínica
San Juan de Dios de Zaragoza, donde había sido ingresado apenas quince
minutos antes del deceso, Miguel Vicente Basanta López. Tres disparos,
dos de ellos impactados en su cabeza, habían truncado las ilusiones de
aquel hombre de treinta y dos años, albañil en paro, a quien la policía y
la prensa convertirían, posteriormente, en “delincuente habitual”.
El último día de su vida, Vicente Basanta, “peligrosamente armado” con
un bote de pintura roja y una brocha, se encontraba realizando una
pintada en la tapia de una antigua fábrica cuando Francisco Tovar,
policía fuera de servicio que paseaba con su familia, le dio el alto,
sacó su arma reglamentaria y, al tratar Vicente de escabullirse, le
descerrajó tres tiros por la espalda.
A los hechos acaecidos y
ratificados, tiempo después, por testigos presenciales, se contraponía
la versión policial, que relataba la agresión sufrida por Francisco
Tovar, a quien el fallecido tiró al suelo atacándole con una barra de
hierro, viéndose obligado el agente del orden a defenderse haciendo uso
de su arma, que disparó contra el delincuente desde el suelo.
De nada sirvieron las declaraciones de los testigos ni la inexistencia
de la barra de hierro con la que supuestamente fue atacado Tovar;
tampoco que la autopsia confirmara que los disparos se habían hecho
desde una posición contraria a la declarada por el policía. Francisco
Tovar fue exonerado por considerarse que había actuado en legítima
defensa y la causa fue sobreseída el 24 de marzo de 1977.
Los
esfuerzos de la familia Basanta para reabrir el caso fueron inútiles. El
20 de junio de 1990 el Juzgado número 2 de Zaragoza ordenó el archivo
de todas las actuaciones por tratarse de “causa ya juzgada por la
jurisdicción militar”.
El 4 de febrero de 1996 Miguel
Vicente Basanta López fue homenajeado frente a la tapia donde le
arrancaron la vida. Una calle zaragozana lleva, actualmente, su nombre.