dilluns, 2 d’abril del 2012

La guerra secreta en España 2ª parte



La guerra secreta en España 2ªparte



Durante la guerra fría, la dictadura de Franco dio refugio a numerosos terroristas de extrema derecha que habían participado en la guerra secreta contra el comunismo en Europa Occidental. En enero de 1984, el extremista italiano Marco Pozzan, miembro de la organización Ordine Nuovo, reveló al juez Felice Casson, el magistrado que descubrió la existencia de los ejércitos secretos, que una verdadera colonia de fascistas italianos se había establecido en España durante los últimos años del régimen franquista. Más de 100 conspiradores habían huido de Italia después del fracaso del golpe de Estado neofascista del príncipe Valerio Borghese, en diciembre de 1970. Los partidarios de la extrema derecha, incluyendo al propio Borghese así como a Carlo Cicuttini y Mario Ricci, se habían reagrupado en España bajo la dirección del notorio terrorista internacional Stefano Delle Chiaie, cuyos hombres habían ocupado el ministerio italiano del Interior durante el fallido golpe de Estado.

 En España, Delle Chiaie se vinculó a los fascistas de otros países europeos, como el ex nazi Otto Skorzeny; el ex oficial francés, miembro de la OAS y cercano al Gladio Yves Guerain-Serac y el director de Aginter Press, agencia de prensa ficticia basada en Portugal que servía de pantalla para la CIA. Los servicios secretos de Franco empleaban a Skorzeny como «consultor en seguridad» y contrataron a Delle Chiaie para perseguir a los opositores de Franco en España y en el exterior. Delle Chiaie organizó un millar de operaciones sangrientas, entre las que se cuentan unos 50 asesinatos. La guerra secreta en España consistió esencialmente en asesinatos y la realización de actos de terrorismo. Los miembros del ejército secreto de Delle Chiaie, como Aldo Tisei, confesaron posteriormente ante magistrados italianos que durante su exilio en España habían perseguido y asesinado militantes antifascistas españoles por encargo de los servicios secretos de España
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Stefano Delle Chiaie, fundador de Avanguardia Nazionale, miembro de la logia Propaganda Due (P2), dirigente de la World Anti-Communist League. Perpetró numerosos asesinatos y torturas en el marco de la Operación Cóndor en Argentina, Bolivia y Chile.
Marco Pozzan, quien huyó de España a principios de los años 1970, reveló que «Caccola», como apodaban a Delle Chiaie, recibía muy buena paga por los servicios que prestaba en España. «Hacía viajes muy costosos, siempre en avión, incluyendo vuelos transatlánticos. Caccola recibía casi siempre el dinero de los servicios secretos y de la policía española.» Entre los blancos del fascista se hallaban los terroristas de ETA (Euskadi Ta Askatasuna) que luchaban por la independencia del país vasco. Por orden de Caccola, agentes subversivos se infiltraron en las células de ETA y entre sus simpatizantes. «Sabemos que Caccola y sus hombres actuaron contra los autonomistas vascos por orden de la policía española», recordó Pozzan. «Yo recuerdo que durante una manifestación en Montejurra, Caccola y su unidad organizaron una batalla entre dos movimientos políticos opuestos. Para que no se pudiera acusar a la policía española de intervenciones violentas injustificadas, Caccola y su unidad tenían que provocar e instaurar el desorden. Aquel día incluso hubo varios muertos. Fue en 1976.»
En 1975, después del fallecimiento de Franco, Delle Chiaie comprendió que España había dejado de ser un lugar seguro y se fue a Chile. Allí lo reclutó Pinochet, el dictador chileno aupado por la CIA. En el marco de la Operación Cóndor, Pinochet le ordenó perseguir y matar a los opositores chilenos en todo el continente latinoamericano. Caccola se fue después a Bolivia, donde formó escuadrones de la muerte y desencadenó nuevamente una «violencia sin límites». Nacido en 1936, Stefano Delle Chiaie sigue siendo hoy el más conocido de los terroristas miembros de los ejércitos secretos que combatieron el comunismo en Europa y en el mundo durante la guerra fría. Este fascista fue la pesadilla de los movimientos de izquierda del mundo entero, pero después de su huida de España prácticamente no volvió más al Viejo Continente, excepto en 1980, cuando la policía italiana sospecha que volvió a su país natal para perpetrar el atentado de la estación de Bolonia. El 27 de marzo de 1987 este intocable mercenario fue finalmente arrestado en Caracas por los servicios secretos venezolanos, a los 51 años. En sólo pocas horas, agentes de los servicios secretos italianos y de la CIA llegaron a Caracas. Caccola no expresó ningún remordimiento, pero señaló en pocas palabras que muchos gobiernos lo habían protegido durante su guerra contra la izquierda a cambio de que él ejecutara para ellos ciertas misiones: «Hubo atentados. Eso es un hecho. Los servicios secretos enmascararon las pistas. Eso es otro hecho.»
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El 20 de diciembre de 1973, los nacionalistas vascos de ETA ejecutaron al almirante Carrero Blanco. Su automóvil blindado Dodge Dart GT 3700 activó una mina que lo lanzó a 35 metros de altura. Carrero Blanco murió a causa del impacto provocado por el aplastamiento del vehículo.
En junio de 1973, sintiendo la proximidad de su propio fin, Franco había nombrado primer ministro a Carrero Blanco, su oficial de enlace con la CIA y gran arquitecto de sus servicios secretos. Pero la mayoría de la población odiaba a Carrero Blanco, debido a sus métodos brutales, y este murió en diciembre del mismo año cuando su automóvil hizo estallar una mina de ETA. Considerada hasta aquel momento como «folklórica», la organización terrorista franco-española ETA se convirtió entonces, como resultado del asesinato del primer ministro español, en un peligroso enemigo del Estado.
Después de la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, la transformación del aparato español de seguridad resultó difícil. El SECED (Servicio Central de Documentación de la Defensa), que era el más conocido de los servicios secretos de España, fue rebautizado como CESID (Centro Superior de Información de la Defensa). Su primer director, el general José María Burgón López-Doriga, se ocupó sin embargo de que el nuevo órgano se conformara esencialmente con ex agentes del SECED. De esa manera, la guerra secreta desatada con la complicidad de los extremistas italianos podía continuar, como subrayó la prensa en 1990, cuando se descubrió la existencia de los ejércitos secretos: «Hace una semana, el diario español El País descubrió el último vínculo conocido entre España y la red secreta. Carlo Cicuttini, cercano del Gladio, participó activamente en el atentado de la estación de Atocha, en Madrid, en enero de 1977.» «Después vino el ataque de un comando de extrema derecha contra la oficina de un abogado cercano al partido comunista, [atentado] que dejó 5 muertos. El hecho provocó pánico, (…) porque se temía que fuera el comienzo de una nueva serie de atentados tendientes a obstaculizar el proceso de transición democrática en España.»
El guerrero de la sombra de extrema derecha Cicuttini había huido a España en un avión militar después del atentado dinamitero de Peteano, en 1972. Fue precisamente al investigar ese atentado años después que el juez Felice Casson logró llegar hasta el terrorista de extrema derecha Vincenzo Vinciguerra y el ejército secreto, lo cual llevó al descubrimiento de la red europea Gladio. En España, Cicuttini se había puesto al servicio de la guerra secreta de Franco quien, en pago, lo protegía de la justicia italiana. En 1987, esta última lo condenó a cadena perpetua por su participación en el atentado de Peteano. Sin embargo, como síntoma de la persistente influencia que su aparato militar seguía ejerciendo por debajo de la mesa, la España ya convertida en democracia se negó a entregarlo a las autoridades italianas alegando que, al casarse con la hija de un general español, Cicuttini se había convertido en ciudadano español. No fue hasta abril de 1998, a la edad de 50 años, que el terrorista fue finalmente arrestado en Francia y extraditado a Italia
Como todos los ejércitos secretos de Europa Occidental, la red anticomunista española se mantenía sistemáticamente en estrecho contacto con la OTAN. En 1990, al estallar el escándalo, el general italiano Gerardo Serravalle, quien dirigió el Gladio en su país desde 1971 hasta 1974, escribió un libro sobre la rama italiana del ejército secreto de la OTAN . Serravalle contaba en dicho libro que, en 1973, los responsables de los ejércitos secretos de la alianza atlántica se habían reunido en el CPC, en Bruselas, en el marco de un encuentro extraordinario para discutir la admisión de la España franquista en el seno del Comité. Los servicios secretos militares franceses y la muy influyente CIA defendieron al parecer la admisión de la red española mientras que Italia, representada por Serravalle, se opuso porque se sabía que la red española estaba protegiendo en aquella época a varios terroristas italianos. «Nuestras autoridades políticas se hubieran visto en una situación especialmente delicada ante el Parlamento», escribe el general en su libro, de haberse sabido no sólo que Italia mantenía un ejército secreto sino que, además, colaboraba estrechamente con la red clandestina española que albergaba y protegía a terroristas italianos. Por lo tanto, España no fue admitida oficialmente en el CPC
En una segunda reunión del CPC, esta vez en París, los representantes de los servicios secretos de Franco estuvieron nuevamente presentes. Aseguraron que España merecía integrar el centro de comando del Gladio ya que hacía mucho que había autorizado a Estados Unidos el estacionamiento de sus misiles nucleares en territorio español y la entrada de los navíos de guerra y los submarinos estadounidenses en puertos españoles sin haber recibido nunca nada a cambio de parte de la OTAN. Teniendo en cuenta la barrera natural que constituyen los Pirineos y la distancia que separaba España de las fronteras de la URSS, es probable que el desarrollo de capacidades de resistencia en caso de ocupación no fuese el principal objetivo de los agentes de los servicios secretos españoles presentes en aquella reunión. Es más probable que su objetivo fuera disponer de una red secreta operativa para luchar contra los socialistas y los comunistas españoles. «En cada reunión hay una “hora de la verdad”. Sólo hay que esperarla», explica Serravalle. «Es el momento en que los delegados de los servicios secretos, relajados ante una botella o una taza de café, están más dispuestos a hablar con franqueza. En París, aquel momento llegó durante la pausa del café. Me acerqué a uno de los representantes españoles y empecé por decirle que su gobierno quizás había sobrestimado la envergadura de la amenaza comunista proveniente del este. Yo quería provocarlo. Pareció muy sorprendido y reconoció que España tenía un problema con los comunistas (“los rojos”). Por fin sabíamos la verdad.
España se convirtió oficialmente en miembro de la OTAN en 1982. Pero el general italiano Serravalle reveló que contactos no oficiales habían tenido lugar mucho antes de esa fecha. Según Serravalle, España «no entró por la puerta sino por la ventana». Por invitación de Estados Unidos, el ejército secreto español había participado, por ejemplo, en un ejercicio stay-behind bajo el mando de las fuerzas estadounidenses realizado en Baviera, en marzo de 1973 . Parece además que el Gladio español también formó parte, bajo el nombre codificado de «Red Quantum», del segundo órgano de mando en el seno de la OTAN, el CC. «Cuando España se integró a la OTAN en 1982, su estructura stay-behind cercana al CESID (Centro Superior de Información de la Defensa), sucesora del SECED, se incorporó al ACC», precisó Pietro Cedoni, autor especializado en Gladio. «Eso provocó conflictos en el seno del Comité. Los italianos del SISMI [los servicios secretos militares de Italia] acusaban esencialmente a los españoles de respaldar indirectamente a los neofascistas italianos a través de su red stay-behind “Red Quantum”.»
No es posible afirmar con certeza que los socialistas españoles del primer ministro Felipe González, quien llegó al poder en 1982, conocían aquel programa de colaboración con la OTAN. El nuevo gobierno democrático se mostraba, en efecto, especialmente desconfiado hacia el CESID, que dirigía el coronel Emilio Alonso Manglano y sobre el que no tenían prácticamente ningún control. En agosto de 1983 se supo que agentes del CESID escuchaban clandestinamente las conversaciones de los ministros socialistas desde los sótanos de la sede del gobierno. A pesar del escándalo que aquello provocó, Manglano logró conservar su puesto. En 1986, cuando España fue aceptada en la Comunidad Europea luego de una notable transición democrática, muchos esperaban que el antiguo aparato de los servicios secretos fuera finalmente derrotado y puesto bajo estricto control del gobierno. Pero aquella esperanza, existente también en muchos otros países de Europa Occidental, fue barrida por el descubrimiento de la red de ejércitos stay-behind conocida como Gladio.
Cuando la prensa comenzaba a interesarse de cerca por los ejércitos secretos, a finales de 1990, el diputado comunista español Carlos Carnero sospechó con toda razón que España había sido una de las principales bases del Gladio y que había acogido a neofascistas de numerosos países, quienes gozaron de la protección del aparato estatal franquista. La sospecha de Carlos Carnero fue confirmada por Amadeo Martínez, un ex coronel que había tenido que dejar el ejército español por las cosas que decía y que declaró a la prensa en 1990 que bajo el régimen de Franco España había sido efectivamente base de una estructura tipo Gladio que había realizado, entre otras operaciones dignas de condena, acciones de espionaje contra opositores políticos . La televisión estatal transmitió entonces un reportaje sobre Gladio que confirmaba que agentes de la red habían venido a España a entrenarse bajo la dictadura de Franco. Un oficial italiano familiarizado con los ejércitos secretos testimoniaba que soldados de la red stay-behind de la OTAN se habían entrenado en España desde 1966 –y quizás antes de ese año– hasta mediados de los años 1970. El ex agente afirmaba que él mismo se había entrenado, al igual que 50 de sus compañeros de armas, en la base militar de Las Palmas, Islas Canarias. Según él, la mayoría de los instructores de Gladio eran estadounidenses .
Pero era evidente que no todos estaban tan bien informados. Javier Rupérez, primer embajador de España ante la OTAN, de junio de 1982 a febrero de 1983, afirmó a la prensa que nada sabía de Gladio. Rupérez, entonces miembro del conservador Partido Popular y director de la Comisión de Defensa, declaró: «Nunca supe nada sobre ese tema. Yo no tenía la menor idea de las cosas de las que me estoy enterando ahora al leer los periódicos.» Fernando Morán, ministro socialista de Relaciones Exteriores hasta julio de 1985, dijo ante las cámaras que no sabía nada de Gladio: «Nunca durante mis años en el ministerio ni en cualquier otro momento me llegó la menor información, indicación o rumor sobre la existencia de Gladio ni de nada por el estilo.»
El diputado Antonio Romero, miembro del partido opositor Izquierda Unida (IU) se interesó mucho en el misterioso asunto y se puso en contacto con varios ex agentes implicados. Llegó a la convicción de que aquella red secreta también había operado en España y que había «actuado contra militantes comunistas y anarquistas, específicamente entre los mineros de Asturias y los nacionalistas catalanes y vascos» . El 15 de noviembre, Romero pidió por lo tanto al gobierno español del primer ministro socialista Felipe González y al ministro de Defensa Narcís Serra que explicaran con exactitud qué papel había desempeñado España en el marco de la Operación Gladio y los ejércitos stay-behind de la OTAN. Al día siguiente, Felipe González declaró a la prensa que «ni siquiera había pensado» que España pudiese desempeñar algún papel en la

Operación Gladio . Pero Romero no se dio por satisfecho con aquella respuesta y formuló entonces 3 preguntas muy precisas. La primera fue: «En su condición de miembro de la alianza [atlántica], ¿tiene el gobierno español intenciones de pedir a la OTAN explicaciones sobre las actividades y la existencia de una red Gladio?» La segunda pregunta también tenía que ver con la OTAN. Romero quería saber si el ejecutivo español pensaba abrir «un debate y una investigación sobre las actividades de Gladio a nivel de los ministros de Defensa, de los ministros de Relaciones Exteriores y de los primeros ministros de los países miembros de la OTAN». Para terminar, el diputado preguntaba si el gobierno español creía posible una traición de la OTAN en la medida en que «ciertos países han operado a través de Gladio sin que se le informara a España en el momento de su entrada al Tratado [en 1982]» 
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El Caudillo había previsto la restauración de la monarquía para después de su muerte y había escogido al joven Juan Carlos de Borbón y Borbón-Dos Sicilias como futuro rey de España. Pero el régimen se había hecho anacrónico, por lo que Washington decidió favorecer la integración de España a la naciente Unión Europea y obligó al joven rey a dirigir la transición democrática, con la condición de que mantuviera las bases militares estadounidenses y entrara en la OTAN.
Al día siguiente, los diarios españoles anunciaban en primera plana: «Los servicios secretos españoles mantenían estrechos vínculos con la OTAN. [El ministro de Defensa] Serra ordena una investigación sobre la red Gladio en España.» El tema era explosivo para la frágil democracia española. Citando fuentes anónimas, la prensa reveló que «activistas [de Gladio] habían sido reclutados en las filas del ejército y de la extrema derecha». Serra dio muestras de gran incomodidad y en su primera respuesta a los periodistas se apresuró a precisar que «cuando llegamos al poder en 1982 no encontramos nada por el estilo» y agregó que fue así «probablemente porque nos incorporamos a la OTAN muy tarde, cuando disminuía la intensidad de la guerra fría». Serra aseguró además a la prensa que, en respuesta a las preguntas del diputado Romero, él mismo había ordenado la apertura de una investigación de su propio ministerio para sacar a la luz las posibles conexiones entre España y Gladio. Pero fuentes cercanas al gobierno revelaron a los periodistas que la investigación interna estaba más destinada a enmascarar los hechos que a revelarlos ya que el objetivo anunciado era «confirmar que esa organización específica no había operado en España»  Serra, que quería sobre todo enterrar el asunto, había puesto la investigación en manos del CESID, detalle revelador ya que el sospechoso investigaba así su propio crimen.
Así que nadie se sorprendió cuando, el 23 de noviembre de 1990, respondiendo a la solicitud de Romero, Narcís Serra anunció al parlamento español que, según los resultados de la investigación que había realizado el CESID, España nunca había formado parte de la red secreta Gladio «ni antes ni después de la llegada de los socialistas al poder». Prudentemente, el ministro agregó: «Se ha hablado de contactos durante los años 1970, pero resultará muy difícil para los servicios actuales determinar la naturaleza exacta de esos contactos.» Serra, quien adoptaba un discurso cada vez más ambiguo, llamó a los diputados a confiar en su propio «buen sentido» más que en los documentos, los testimonios, los hechos y las cifras disponibles: «Dado que en aquella época España no era miembro de la OTAN, el buen sentido nos sugiere que no puede tratarse de vínculos muy estrechos.» Aquello no fue del agrado de la prensa española, la que replicó que el ministro de Defensa estaba haciendo propaganda o simplemente no conocía ni controlaba su propio ministerio .
Romero no juzgó satisfactorias las respuestas de Serra e insistió en que se interrogara al director del CESID de aquella época. «Si el CESID no sabe nada de todo esto, hay que expulsar al general Manglano», concluyó Romero ante los periodistas. En efecto, Manglano no sólo era el jefe del CESID sino también el delegado español ante la OTAN en materia de seguridad. El escándalo alcanzó su punto más álgido cuando, a pesar de los pedidos del parlamento, Manglano simplemente se negó a responder. Furioso, Romero dedujo que era evidente que, en España, «las más altas autoridades militares están implicadas en el caso Gladio»
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Leopoldo Calvo-Sotelo (1926-2008), presidente [primer ministro] del gobierno español de 1981 a 1982.
Después de comprobar el fracaso del gobierno de la época en revelar la verdad, la prensa española se volvió hacia el más alto dignatario ya retirado de la joven democracia y le preguntó si sabía algo más sobre aquel misterioso asunto. Como primer ministro desde febrero de 1981 hasta diciembre de 1982, Calvo-Sotelo había nombrado a Manglano a la cabeza del CESID y respondió que Gladio no existía en España: «No tuve conocimiento de que haya existido aquí nada de ese género y puedo asegurarles que yo lo hubiera sabido de ser el caso.» Cuando los periodistas insistieron, recordando que los ejércitos stay-behind habían existido en el mayor secreto en toda Europa Occidental, Calvo-Sotelo se molestó, calificó la red Gladio de «ridícula y criminal» y declaró: «Si me hubiesen informado de una cosa tan descabellada, yo habría reaccionado inmediatamente.»
El ex primer ministro confirmó que cuando España dio sus primeros pasos hacia la democracia,. Calvo-Sotelo había sido uno de los principales artífices de la adhesión de España a la OTAN, pero dijo a la prensa que en el momento de unirse a la alianza atlántica, no se había informado por escrito a España de la existencia de una red Gladio clandestina. «No hubo ninguna correspondencia escrita sobre ese tema», dijo Calvo-Sotelo, antes de agregar de forma bastante sibilina: «Y por lo tanto no había tampoco por qué hablar de ello, si hubiese sido el tipo de tema del que se pudiera hablar.» Explicó Calvo-Sotelo que, antes de la firma del Tratado por parte de España en mayo de 1982, él sólo había asistido a algunos encuentros con los representantes de la OTAN y recordó que el PSOE había llegado al poder a finales de aquel mismo año y que él había tenido que dejarle el puesto de primer ministro a Felipe González. Finalmente, las autoridades no ordenaron ni investigación parlamentaria ni presentación de informe público sobre la cuestión del Gladio.