Del lado correcto de la Historia
La
propaganda occidental sigue caricaturizando la posición de Rusia con
respecto a la crisis siria. Acusa a Moscú de respaldar a Damasco por
razones puramente mercantiles, e incluso por simple solidaridad
criminal. Serguei Lavrov no aborda aquí las decisiones estratégicas de
Rusia sino una serie de principios a los que la diplomacia rusa ha
decidido circunscribirse. Pacientemente, el jefe de la diplomacia rusa
responde aquí a las tonterías de los medios occidentales, recordando el
apego de Moscú al derecho internacional y su decisión de respaldar a los
pueblos. Lavrov pone en la balanza, por un lado, el masivo respaldo
popular del que goza el presidente al-Assad y, en el otro plato de la
balanza, la ilegitimidad de una oposición armada de carácter sectario,
financiada y armada desde el exterior.
Red Voltaire
| Moscú (Rusia)
A lo largo del año, o del año y medio ya
transcurrido, los acontecimientos que han venido produciéndose en el
norte de África y en el Medio Oriente han ocupado un lugar preponderante
entre los temas políticos que forman parte del orden del día a nivel
mundial. Frecuentemente se les califica incluso como el episodio más
sobresaliente de la vida internacional en este joven siglo 21. Algunos
expertos hablan desde hace tiempo de la fragilidad de los regímenes
autoritarios de los países árabes, y de las potenciales confrontaciones
sociales y políticas.
Sin embargo, era difícil predecir la envergadura y la velocidad de la
ola de cambios que ha alcanzado la región. Como colofón de la crisis
que afecta la economía mundial, estos acontecimientos han demostrado
claramente que el proceso que conduce al surgimiento de un nuevo sistema
internacional ha entrado en un periodo de turbulencia.
A medida que importantes movimientos sociales iban apareciendo en los
países de la región, se hacía más urgente –tanto para los actores
exteriores como para la comunidad internacional en su conjunto– saber
cuál sería la política a seguir. Numerosas discusiones de expertos sobre
el tema, y más tarde las acciones concretas emprendidas por los Estados
y las organizaciones internacionales, resaltaron dos enfoques
principales: uno consiste en ayudar a los pueblos árabes a decidir su
destino por sí mismos, el otro consiste en tratar de crear una nueva
realidad política en función de lo que se quiere obtener aprovechando
para ello el debilitamiento de las estructuras estatales que desde hace
tiempo ya resultaban demasiado rígidas. La situación sigue evolucionando
rápidamente, lo cual obliga a quienes desempeñan un papel de primer
plano en los asuntos regionales a consolidar sus esfuerzos, en vez de
dispersarlos en diferentes direcciones como harían los personajes de un
cuento de Ivan Krylov.
Permítanme retomar aquí los argumentos que habitualmente desarrollo
sobre la evolución de la situación en el Medio Oriente. Primero que
todo, junto a la mayoría de los pueblos del mundo, Rusia favorece las
aspiraciones de los pueblos árabes a una vida mejor, a la democracia y a
la prosperidad, y está dispuesta a apoyar esos esfuerzos. Es por ello
que acogimos favorablemente la iniciativa de la Asociación de Deauville,
durante la Cumbre del G8 en Francia. Nos oponemos firmemente al uso de
la violencia en el marco de los cambios que están produciéndose en los
países árabes, sobre todo [a la violencia] contra los civiles. Sabemos
perfectamente que la transformación de una sociedad es un proceso
complejo y generalmente largo que raramente se desarrolla sin
sobresaltos.
Rusia conoce probablemente mejor que la mayoría de los demás países
el verdadero precio de las revoluciones. Estamos perfectamente
conscientes de que los cambios revolucionarios vienen siempre
acompañados de reveses sociales y económicos, de pérdida de vidas
humanas y de sufrimientos. Es precisamente por ello que defendemos una
óptica evolutiva y pacífica para la puesta en marcha de los cambios que
desde hace mucho se esperan en el Medio Oriente y en el norte de África.
Dicho esto, ¿cuál deber ser la respuesta ante la posibilidad de que
el forcejeo entre las autoridades y la oposición tome la forma de una
confrontación violenta y armada? La respuesta parece evidente: los
actores exteriores deben hacer todo lo posible, por un lado, para poner
fin al derramamiento de sangre y, por otro lado, para respaldar un
compromiso que implique a todas las partes en conflicto. Cuando
decidimos apoyar la resolución 1970 del Consejo de Seguridad de la ONU y
no poner objeción alguna a la resolución 1973 sobre Libia, estimábamos
que aquellas decisiones contribuirían a limitar el uso excesivo de la
fuerza y que servirían de base a un arreglo político del conflicto.
Desgraciadamente, las acciones que los países miembros de la OTAN
emprendieron en el marco de aquellas resoluciones condujeron a una grave
violación de las mismas, y a proporcionar apoyo a uno de los
beligerantes de la guerra civil, con vistas a derrocar el régimen
existente, menoscabando de paso la autoridad del Consejo de Seguridad.
A quienes conocen la política no hace falta explicarles que el diablo
se esconde detrás de los detalles, y que las soluciones drásticas que
implican el uso de la fuerza no pueden conducir a un arreglo viable a
largo plazo. En las actuales circunstancias, en que la complejidad de
las relaciones internacionales ha aumentado considerablemente, se hace
evidente que el uso de la fuerza para resolver los conflictos no tiene
la menor posibilidad de prosperar. Abundan los ejemplos de ello.
Citaremos sobre todo la complicada situación existente en Irak y la
crisis de Afganistán, que aún se halla lejos de terminar. Numerosos
elementos indican, por otra parte, que después del derrocamiento de
Muammar el-Kadhafi, Libia está lejos de hallarse en una situación
favorable. La inestabilidad incluso se ha propagado más allá de ese
país, hacia el Sahara y la región del Sahel, engendrando un dramático
empeoramiento de la situación en Mali.
Otro ejemplo es Egipto, país que está lejos de haber llegado a puerto
seguro, a pesar de que el cambio de régimen no estuvo acompañado allí
de importantes brotes de violencia y de que Hosni Mubarak, quien gobernó
el país durante más de 30 años, dejó el palacio presidencial por
voluntad propia a raíz del comienzo de los movimientos de protesta.
¿Cómo es posible no inquietarse, entre otros problemas, ante las
informaciones que mencionan un aumento de los enfrentamientos
confesionales y de las violaciones de los derechos de la minoría
cristiana?
Todo ello indica que existen razones más que suficientes para adoptar
el más equilibrado de los enfoques en lo tocante a la crisis siria, que
es hoy en día la más aguda de la región. Después de lo sucedido en
Siria, era evidente que no se podía seguir al Consejo de Seguridad de la
ONU en la toma de decisiones que no sean lo suficientemente explícitas y
que permitan que los responsables de su aplicación actúen como les
parezca. Todo mandato otorgado en nombre de la comunidad internacional
en su conjunto debe ser lo más claro y preciso posible en aras de evitar
la ambigüedad. También es importante entender lo que realmente está
sucediendo en Siria y cómo ayudar ese país a atravesar esta dolorosa
etapa de su historia.
Por desgracia, son muy escasos los análisis calificados y honestos
sobre los acontecimientos en Siria y sus posibles consecuencias. En su
lugar aparecen muy a menudo imágenes primitivas y clichés de propaganda
en blanco y negro. Hace meses que las principales fuentes de noticias
internacionales vienen reproduciendo artículos sobre un régimen
dictatorial y corrupto que aplasta brutalmente la aspiración de libertad
y democracia de su propio pueblo.
No parece, sin embargo, que los autores de esos artículos se hayan
tomado el trabajo de preguntarse cómo es posible que el gobierno haya
logrado mantenerse en el poder sin apoyo popular desde hace más de un
año, a pesar de las amplias sanciones que le imponen los principales
socios económicos del país. ¿Cómo es que, a pesar de todo, la mayoría de
los soldados siguen siendo leales a sus superiores? Si la única
explicación es el miedo, ¿cómo es entonces que ese mismo miedo no ha
beneficiado a otros regímenes autoritarios?
Hemos declarado varias veces que Rusia no defendía el régimen que
actualmente ejerce el poder en Damasco y que no existía ninguna razón
política, económica o de otro tipo para que lo hiciese. Nunca hemos sido
un socio comercial o económico importante para ese país, cuyo gobierno
se ha comunicado principalmente con las capitales de los países de
Europa occidental.
No por ello es menos evidente, tanto para nosotros como para los
demás, que la principal responsabilidad por la crisis que sacude el país
recae en el gobierno sirio, que fracasó en cuanto a tomar el camino de
la reforma en su debido momento o en sacar las conclusiones de los
profundos cambios que están teniendo lugar en materia de relaciones
internacionales. Todo eso es cierto. Pero existen también otros hechos.
Siria es un Estado multiconfesional. En ese país viven, además de
musulmanes y chiitas, tanto alauitas como ortodoxos y cristianos de
otras confesiones, así como drusos y kurdos. Durante estas últimas
décadas de predominio laico del partido Baas, en Siria se respetó la
libertad de conciencia y las minorías temen que si se destruye el
régimen también se destruya esa tradición.
Cuando decimos que hay escuchar esas inquietudes y tenerlas en
cuenta, nos acusan a veces de asumir posiciones equivalentes a posturas
contrarias a los sunnitas y, más generalmente, anti islámicas. Nada más
lejos de la verdad. En Rusia, gente de confesiones diversas, mayormente
cristianos ortodoxos y musulmanes, viven juntos desde hace siglos.
Nuestro país nunca ha librado una guerra colonial en el mundo árabe. Lo
que sí ha hecho, por el contrario, es respaldaar la independencia de las
naciones árabes y el derecho de esas naciones a un desarrollo
independiente. Y Rusia no tiene la menor responsabilidad en cuanto a las
consecuencias de la dominación colonial, que se caracterizó por los
trastornos causados a las estructuras sociales, trastornos que dieron
lugar a tensiones que aún persisten actualmente.
Mi intención es otra. Si hay miembros de la sociedad que se sienten
inquietos ante la posibilidad de que aparezca algún tipo de
discriminación basada en la religión y en la nacionalidad de origen, hay
que ofrecer a esas personas las garantías necesarias según los
estándares humanitarios internacionales generalmente aceptados.
El respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales
ha sido históricamente, y sigue siendo, un importante problema para los
Estados del Medio Oriente y es además una de las causas principales de
las «revoluciones árabes».
Sin embargo, Siria nunca apareció como un mal alumno en esta región,
gracias a su nivel de libertades cívicas muchísimo más elevado que el de
ciertos países que hoy pretenden dar lecciones de democracia al
gobierno de Damasco. En una de sus más recientes ediciones, la
publicación mensual francesa Le Monde diplomatique presentó una
cronología de las violaciones de los derechos humanos cometidas por un
gran Estado del Medio Oriente, cronología que incluía entre otras cosas
la aplicación de 76 condenas a muerte sólo durante el año 2011,
esencialmente por acusaciones de brujería. Si realmente queremos
promover el respeto de los derechos humanos en el Medio Oriente, tenemos
que dar a conocer abiertamente ese objetivo. Si proclamamos que nuestra
principal preocupación es poner fin al derramamiento de sangre,
entonces tendríamos que concentrarnos precisamente en eso. En otras
palabras, tenemos que ejercer presión para obtener primeramente un cese
del fuego y para promover luego el inicio de un diálogo entre los sirios
con la participación de todas las partes, diálogo tendiente a negociar
una fórmula de arreglo pacífico de la crisis por parte de los propios
sirios.
Rusia ha estado expresando esos mensajes desde los primeros días de
los disturbios en Siria. A nosotros, y creo que también a toda persona
con suficiente información sobre Siria, nos parecía bastante evidente
que ejercer presión para expulsar de inmediato a Bachar al-Assad, en
contra de los deseos de un considerable sector de la sociedad siria que
estima que ese régimen garantiza su seguridad y su bienestar,
equivaldría a sumir el país en una guerra civil sangrienta y prolongada.
Los actores exteriores responsables deberían ayudar a los sirios a
evitar esa situación y estimular la adopción de reformas evolutivas en
lugar de las revolucionarias dentro del sistema político sirio, a través
de un diálogo nacional, en lugar de recurrir a la presión exterior.
Si se tienen en cuenta las realidades actuales de Siria, no queda
otro remedio que reconocer que el apoyo unilateral a la oposición, sobre
todo al más belicoso de sus componentes, no conducirá ese país a la paz
en un futuro próximo y entrará por lo tanto en contradicción con el
objetivo de proteger a la población civil. O sea, lo que parece
prevalecer en esa decisión son los esfuerzos tendientes a provocar en
Damasco un cambio de régimen en el marco de una estrategia geopolítica
regional mucho más amplia. No cabe duda que el blanco de esos proyectos
es Irán, cuando se sabe que un importante grupo de países, entre los que
se encuentran Estados Unidos, otros países miembros de la OTAN, Israel,
Turquía y algunos Estados de la región, parecen interesados en
debilitar la posición de ese país [Irán] en la región.
La posibilidad de un ataque militar contra Irán es un tema
ampliamente debatido en este momento. Yo insisto constantemente en el
hecho que esa opción tendría graves consecuencias, por no decir
catastróficas. El intento de cortar con la espada el nudo gordiano de
viejos problemas está condenado al fracaso. Recordemos en ese sentido
que la invasión militar de Estados Unidos contra Irak fue considerada en
el pasado como una «oportunidad única» de transformar de manera rápida y
decisiva la realidad política y la realidad económica del «Medio
Oriente Ampliado» transformándolo en una región alineada con el «modelo
europeo» de desarrollo.
Aún si haciendo abstracción de las cuestiones vinculadas con Irán,
resulta evidente que el hecho de estimular los desórdenes dentro de
Siria puede desencadenar procesos que tendrían un impacto sobre la
situación de un vasto territorio alrededor de Siria, y sería un efecto
negativo, con consecuencias devastadoras tanto para la seguridad
regional como para la seguridad internacional. Entre los factores de
riesgo se encuentran la pérdida de control sobre la frontera entre
Israel y Siria, la agravación de la situación en Líbano y en otros
países de la región con armas que caerían en «manos indebidas», sobre
todo de organizaciones terroristas y, probablemente lo más peligroso,
sería una agravación de las tensiones interconfesionales en el mundo
árabe islámico.
***
Si nos remontamos a los años 1990, Samuel Huntington señalaba en su
ensayo El choque de civilizaciones la tendencia de la noción de
identidad basada en la civilización y la religión a ganar importancia en
la era de la globalización. Por otro lado, el propio Huntington
demostraba de manera convincente la relativa disminución de la capacidad
del oeste histórico para extender su influencia. Es cierto que sería
exagerado tratar de elaborar un modelo de relaciones internacionales
modernas basándose únicamente en esos postulados. Hoy es sin embargo
imposible ignorar esa tendencia. La sostiene toda una serie de factores
diferentes, sobre todo la existencia de fronteras nacionales menos
herméticas, la revolución de la información que ha puesto de relieve la
desigualdad socioeconómica y el creciente deseo de los pueblos de
preservar su identidad en tales circunstancias y de evitar caer en la
lista histórica de especies en riesgo de extinción.
Las revoluciones árabes muestran sin dudas una voluntad de regresar a
las raíces de la civilización, voluntad que se expresa a través de una
amplia adhesión popular a los partidos y movimientos que actúan bajo el
estandarte del Islam. Esa tendencia se manifiesta no sólo en el mundo
árabe. Pudiéramos mencionar también a Turquía, que se posiciona más
activamente como actor importante en la esfera islámica y en la región
que la rodea. Varias países asiáticos, Japón entre ellos, defienden su
identidad con más fuerza.
Este tipo de situación demuestra aún más que un esquema binario
simple (por no decir simplista) proveniente de la época de la guerra
fría, descrito en términos de paradigmas este-oeste, capitalismo
–socialismo, norte-sur, viene a reemplazar una realidad geopolítica
multidimensional que no deja lugar a la identificación de un único
factor dominante en ningún sector, ya sea en materia de economía, de
política o de ideología.
Si nos remontamos a los años 1990, Samuel Huntington señalaba en su
ensayo El choque de civilizaciones la tendencia de la noción de
identidad basada en la civilización y la religión a ganar importancia en
la era de la globalización. Por otro lado, el propio Huntington
demostraba de manera convincente la relativa disminución de la capacidad
del oeste histórico para extender su influencia. Es cierto que sería
exagerado tratar de elaborar un modelo de relaciones internacionales
modernas basándose únicamente en esos postulados. Hoy es sin embargo
imposible ignorar esa tendencia. La sostiene toda una serie de factores
diferentes, sobre todo la existencia de fronteras nacionales menos
herméticas, la revolución de la información que ha puesto de relieve la
desigualdad socioeconómica y el creciente deseo de los pueblos de
preservar su identidad en tales circunstancias y de evitar caer en la
lista histórica de especies en riesgo de extinción.
Las revoluciones árabes muestran sin dudas una voluntad de regresar a
las raíces de la civilización, voluntad que se expresa a través de una
amplia adhesión popular a los partidos y movimientos que actúan bajo el
estandarte del Islam. Esa tendencia se manifiesta no sólo en el mundo
árabe. Pudiéramos mencionar también a Turquía, que se posiciona más
activamente como actor importante en la esfera islámica y en la región
que la rodea. Varias países asiáticos, Japón entre ellos, defienden su
identidad con más fuerza.
Este tipo de situación demuestra aún más que un esquema binario
simple (por no decir simplista) proveniente de la época de la guerra
fría, descrito en términos de paradigmas este-oeste, capitalismo
–socialismo, norte-sur, viene a reemplazar una realidad geopolítica
multidimensional que no deja lugar a la identificación de un único
factor dominante en ningún sector, ya sea en materia de economía, de
política o de ideología.
Ya no queda duda de que, en el marco ampliado que define el
desarrollo de la mayoría de los Estados y que se caracteriza por la
existencia de un gobierno democrático y de una economía de mercado, cada
país escogerá de forma independiente su propio modelo político y
económico, dejando a las tradiciones el lugar que deben ocupar, así como
a su propia cultura y a la historia. Como consecuencia de ello, el
factor de identidad basada en la civilización seguramente ejercerá una
influencia más importante sobre las relaciones internacionales.
En el plano práctico de la política, estas conclusiones sólo pueden
sugerir una cosa: los intentos tendientes a imponer su propio conjunto
de valores son totalmente inútiles y sólo pueden conducir a un peligroso
empeoramiento de las tensiones entre las civilizaciones. Lo cual no
implica en lo más mínimo que tengamos que renunciar por completo a
influirnos unos a otros y a promover una buena imagen de nuestro país en
la escena internacional.
Sin embargo, esto habría que hacerlo recurriendo a métodos honestos y
transparentes que estimulen la difusión de la cultura, de la educación y
de la ciencia nacionales, pero respetando a la vez totalmente las
civilizaciones de los demás pueblos, como medida de protección de la
diversidad nacional y de aprecio por el pluralismo en los asuntos
internacionales.
Se ve claramente que las esperanzas de aplicar las tecnologías de
vanguardia a favor de la divulgación de la información y de la
comunicación, sobre todo en las redes sociales, como medio de cambiar la
mentalidad de otros pueblos, creando de hecho una nueva realidad, están
condenadas a fracasar a largo plazo. En el actual mercado de las ideas
la oferta está demasiado diversificada y la aplicación de métodos
virtuales no puede engendrar otra cosa que una realidad virtual, a menos
que nos dejemos conquistar por una mentalidad similar a la del Big
Brother de George Orwell. Y en ese caso podemos renunciar de entrada a
toda la noción de democracia , no sólo en los países sometidos a ese
tipo de influencia sino también en los mismos países que la ejercen.
El desarrollo de una escala universal de valores y de preceptos
morales se convierte en una cuestión política de primer plano. Esa
escala podría sentar las bases de un diálogo respetuoso y fructífero
entre las civilizaciones, de un diálogo basado en el interés común, que
es la reducción de la inestabilidad que acompaña la creación de un nuevo
sistema internacional, y que tendría como objetivo final el
establecimiento de un orden mundial sólido, eficaz y multipolar. En esa
perspectiva, sólo podemos garantizar el éxito excluyendo los enfoques en
blanco y negro, lo cual implica abordar tanto la cuestión de las
exageradas preocupaciones sobre los derechos de la minorías sexuales
como, por el contrario, los esfuerzos tendientes a dar nuevamente un
carácter político a estrechos preceptos morales que sólo darían
satisfacción a un solo grupo mientras que violarían los naturales
derechos de otros ciudadanos, en particular a los de otras confesiones.
***
Las crisis, en las relaciones internacionales, alcanzan un cierto
límite que no se puede traspasar sin poner en peligro la estabilidad del
mundo. Es por ello que el trabajo tendiente a apagar los incendios
regionales, incluyendo los conflictos internos de los Estados, debería
realizarse con el mayor respeto posible, sin la aplicación de ningún
doble rasero. El uso del «garrote de las sanciones» siempre conduce al
punto muerto. Todas las partes implicadas en los conflictos internos
tienen que tener la garantía de que la comunidad internacional formará
un frente unido y actuará conforme a principios estrictos para poner fin
a la violencia lo más rápidamente posible y alcanzar una solución
mutuamente aceptable a través de un diálogo que implique a todas las
partes.
Ante las crisis internas, Rusia obedece única y exclusivamente a esos
principios, lo cual explica nuestras posiciones sobre la situación en
Siria. Es por ello que hemos aportado nuestro total y sincero respaldo a
la misión del enviado especial de la ONU y la Liga Árabe, Kofi Annan,
tendiente a lograr un compromiso mutuamente aceptable tan rápidamente
como sea posible. Las declaraciones de la presidencia y las resoluciones
del Consejo de Seguridad de la ONU sobre ese tema reflejan los enfoques
que hemos venido defendiendo desde el comienzo de los desórdenes en
Siria. Esas ideas se reflejan además en nuestra declaración conjunta del
10 de marzo de 2012 con la Liga Árabe,.
Si lográsemos aplicar en Siria esos enfoques, estos podrían
convertirse en un modelo de asistencia internacional a la resolución de
futuras crisis.
Las crisis, en las relaciones internacionales, alcanzan un cierto límite
que no se puede traspasar sin poner en peligro la estabilidad del
mundo. Es por ello que el trabajo tendiente a apagar los incendios
regionales, incluyendo los conflictos internos de los Estados, debería
realizarse con el mayor respeto posible, sin la aplicación de ningún
doble rasero. El uso del «garrote de las sanciones» siempre conduce al
punto muerto. Todas las partes implicadas en los conflictos internos
tienen que tener la garantía de que la comunidad internacional formará
un frente unido y actuará conforme a principios estrictos para poner fin
a la violencia lo más rápidamente posible y alcanzar una solución
mutuamente aceptable a través de un diálogo que implique a todas las
partes.
Ante las crisis internas, Rusia obedece única y exclusivamente a esos
principios, lo cual explica nuestras posiciones sobre la situación en
Siria. Es por ello que hemos aportado nuestro total y sincero respaldo a
la misión del enviado especial de la ONU y la Liga Árabe, Kofi Annan,
tendiente a lograr un compromiso mutuamente aceptable tan rápidamente
como sea posible. Las declaraciones de la presidencia y las resoluciones
del Consejo de Seguridad de la ONU sobre ese tema reflejan los enfoques
que hemos venido defendiendo desde el comienzo de los desórdenes en
Siria. Esas ideas se reflejan además en nuestra declaración conjunta del
10 de marzo de 2012 con la Liga Árabe,.
Si lográsemos aplicar en Siria esos enfoques, estos podrían
convertirse en un modelo de asistencia internacional a la resolución de
futuras crisis.
La base de los «seis principios» de Kofi Annan es garantizar el fin
de la violencia, venga de quien venga, e iniciar un diálogo político
dirigido por Siria y cuyo objetivo no será otro que responder a las
preocupaciones y aspiraciones del pueblo sirio. El objetivo de ese
diálogo sería lograr en Siria una nueva configuración política que
tendría en cuenta los intereses de todos los grupos que conforman su
sociedad multiconfesional.
Hay que estimular la preparación y la aplicación de acuerdos
destinados a resolver el conflicto sin ponerse del lado de nadie. Hay
que recompensar a quienes respetan esos acuerdos y nombrar claramente a
quienes se oponen al proceso de paz. Para lograrlo, es indispensable un
mecanismo de observación, y ese mecanismo se estableció conforme a las
resoluciones 2042 y 2043 del Consejo de Seguridad de la ONU.
Observadores militares rusos forman parte del equipo internacional de
observación.
Por desgracia, el proceso de aplicación del plan de Kofi Annan para
Siria está enfrentando grandes dificultades. El mundo se ha conmovido
ante las masacres de civiles desarmados, como la tragedia que se
desarrolló el 25 de mayo de 2012 en el poblado de Hula y los terribles
hechos de violencia registrados posteriormente en los alrededores de
Hama. Es importante que aclarar quiénes son los responsables de esos
hechos y castigarlos. Nadie tiene derecho a usurpar el papel de juez y a
utilizar esos trágicos hechos para alcanzar sus propios objetivos
políticos. Renunciar a tales intentos permitirá poner fin a la espiral
de violencia en Siria.
Se equivocan quienes afirman que Rusia «está salvando» a Bachar
al-Assad. Yo quiero insistir en el hecho que es el propio pueblo sirio
quien escoge el sistema político y los dirigentes de su país. De ninguna
manera estamos tratando de ocultar los numerosos errores y malos
cálculos de Damasco, sobre todo en lo tocante al uso de la fuerza contra
manifestaciones pacificas al principio de la crisis.
En nuestra opinión, lo primordial no es saber quién ocupa el poder en
Siria. Lo que sí es fundamental es poner fin a las muertes de civiles e
iniciar un diálogo político en condiciones en que todos los actores
externos respeten la soberanía, la independencia y la integridad del
país. No se puede justificar ningún tipo de violencia. El bombardeo de
zonas residenciales por las tropas gubernamentales es inaceptable, pero
esa condena no debe implicar que seamos indulgentes ante los actos de
terrorismo perpetrados en las ciudades sirias, ante los asesinatos
cometidos por los insurgentes que se oponen al régimen, incluyendo a los
miembros de al-Qaeda.
La lógica que indica que es necesario romper el círculo vicioso de la
violencia se ha manifestado a través del apoyo unánime de los miembros
del Consejo de Seguridad de la ONU al plan Annan. Nos molestan ciertas
declaraciones y acciones de algunos actores implicados en la crisis
siria, que prueban el interés de dichos actores en ver fracasar los
esfuerzos del plan Annan. Entre esas declaraciones y actos se encuentran
los llamados de la dirección del Consejo Nacional Sirio (CNS) a favor
de una intervención extranjera. ¿Cómo podría ese tipo de declaraciones
ayudar a quienes respaldan al CNS a reunir a la oposición siria bajo su
égida? Es algo que no nos parece nada claro. Nosotros respaldamos la
integración de la oposición siria únicamente sobre la base de un diálogo
político con el gobierno, de forma totalmente conforme al plan Annan.
De manera casi cotidiana, Rusia sigue trabajando conjuntamente con
las autoridades sirias, estimulándolas a que acepten de forma integral
los 6 puntos que propone Kofi Annan y a que renuncien a la ilusión de
que la crisis política siria acabará extinguiéndose por sí misma, de una
u otra forma. Trabajamos también junto a representantes de
prácticamente todas las ramas de la oposición siria. Tenemos la
convicción de que si nuestros socios actúan bajo esa misma perspectiva,
sin móviles ocultos ni dobles raseros, es posible llegar a un arreglo
pacífico de la crisis siria. Tenemos que utilizar todo nuestro peso,
tanto ante el régimen como ante la oposición, para llevarlos a que
interrumpan las hostilidades y a que se sienten a la mesa de
negociaciones. Consideramos que es importante la aplicación colectiva de
las iniciativas en ese sentido y que se reúna una conferencia
internacional de Estados directamente implicados en la crisis siria. Es
teniendo en mente el mismo objetivo que nos mantenemos en estrecho
contacto con Kofi Annan y con otros asociados.
Sólo actuando de esa manera lograremos evitar que el Oriente Medio se
vea sumido en un abismo de guerras y anarquía y podremos mantenernos
del lado correcto de la Historia. Tenemos la certeza de que las demás
fórmulas, las que implican una intervención exterior en Siria, y que van
desde el bloqueo de los canales de televisión que algunos encuentran
incómodos, hasta el aumento de las entregas de armas a los grupos de
oposición, e incluso posibles golpes aéreos, no favorecerán la paz ni en
ese país, ni en el conjunto de la región. Lo cual significa que esas
soluciones no serán justificadas por la Historia.