El doble veto prohíbe la guerra imperial contra Siria
El CCG y la OTAN pierden su liderazgo
Contrariamente a lo sucedido en el momento de la agresión contra Irak, Francia no ha defendido los principios del derecho internacional
en el caso de Siria sino que se ha unido al bando del imperio y repite
sus mentiras. Junto a Estados Unidos y Gran Bretaña, Francia acaba de
sufrir una histórica derrota diplomática, mientras que Rusia y China se
convierten en los defensores de la paz y de la soberanía de los pueblos.
La nueva correlación internacional de fuerzas no sólo es resultado de
la decadencia de Estados Unidos en el plano militar, sino que demuestra
además su creciente desprestigio. A fin de cuentas, los occidentales
acaban de perder el liderazgo que habían logrado acaparar a lo largo del
siglo XX, y lo pierden porque se alejaron de la legalidad traicionando
sus propios principios.
Red Voltaire
| Damasco (Siria)
- Bashar Ja’afari, representante permanente de Siria en la ONU, participa en la 6710ª reunión del Consejo de Seguridad sobre la situación en el Medio Oriente.
Por dos veces, el 4 de octubre de 2011 y el 4 de
febrero de 2012, dos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la
ONU han rechazado proyectos de resolución sobre la situación en Siria.
El enfrentamiento se ha producido entre, de un lado, los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y, del otro, los de la Organización de Cooperación de Shangai (OCS).
El fin del mundo unipolar
Este veto multiplicado por cuatro sella el final de un periodo de las
relaciones internacionales que comenzó con el derrumbe de la Unión
Soviética y se caracterizó por el predominio exclusivo de Estados Unidos
sobre el resto del mundo. Aunque no significa un regreso al sistema
bipolar anterior a esa etapa, ilustra en todo caso el surgimiento de un
nuevo modelo cuyos contornos están aún por definir. Ninguno de los proyectos de Nuevo Orden Mundial se ha concretado.
Washington y Tel Aviv no han logrado institucionalizar el
funcionamiento unipolar que querían imponer como paradigma intangible,
mientras que los países BRICS tampoco han logrado crear el sistema multipolar que les hubiese permitido alcanzar el más alto nivel.
Como muy justamente predijera el estratega sirio Imad Fawzi Shueibi,
es la crisis siria el elemento que ha cristalizado una nueva correlación
de fuerzas y, a partiendo de ella, una redistribución del predominio
que nadie había planeado, ni deseado, pero que hoy se impone a todos [1].
De forma retrospectiva, la doctrina de Hillary Clinton de «liderazgo desde la retaguardia»
se ve como un intento de Estados Unidos por poner a prueba los límites
que ya no puede sobrepasar, pero haciendo recaer la responsabilidad y
las consecuencias de su experimento sobre las espaldas de su aliado
británico y, sobre todo, de su aliado francés. Son estos últimos quienes
asumieron el papel de líderes políticos y militares en el derrocamiento de la Yamahiria Árabe Libia
y quienes también han tratado de hacerlo nuevamente para derrocar la
República Árabe Siria, aunque actuaban en realidad como vasallos y
contratistas del Imperio estadounidense. Son por lo tanto Londres y
París, más que Washington, quienes cargan con el peso de la derrota
diplomática y tendrán por consiguiente que sufrir las consecuencias de
este revés en términos de pérdida de influencia.
Ante los recientes acontecimientos, los Estados del Tercer Mundo no
dejarán de sacar sus conclusiones: quienes tratan de ponerse al servicio
de Estados Unidos, como Sadam Husein, o de negociar con el Imperio,
como Muammar el-Kadhafi, se exponen en definitiva a acabar siendo
ejecutados por las tropas imperiales y sus países podrán ser destruidos.
Por el contrario, sobrevivirán quienes resisten como Bachar al-Assad y saben establecer alianzas con Rusia y China.
- Li Baodong, representante permanente de China en la ONU.
Victoria en el mundo virtual, derrota en el mundo real
El fracaso del CCG y de la OTAN
muestra la aparición de una correlación de fuerzas cuya existencia ya
muchos sospechaban, pero que nadie había podido comprobar hasta ahora:
los occidentales han ganado la guerra mediática, pero han tenido que
renunciar a la guerra militar. Parafraseando a Mao Zedong, se han
convertido en tigres virtuales.
Durante esta crisis, y aún en este instante, los dirigentes occidentales y los monarcas árabes han logrado embaucar no sólo a sus propios pueblos, sino a gran parte de la opinión pública internacional.
Lograron hacer creer que la población siria se había sublevado contra
su gobierno y que este último había desatado una sangrienta represión
contra esa contestación política.
Sus canales de televisión vía satélite no se limitaron a mostrar imágenes previamente editadas de forma tendenciosa para engañar al público sino que incluso rodaron en estudio imágenes de ficción destinadas a satisfacer las necesidades de su propia propaganda. O sea, el CCG y la OTAN fabricaron y dieron vida mediática, a lo largo de 10 meses, a una revolución que existía únicamente en imágenes mientras que, en el terreno, Siria tenía que enfrentar una guerra de baja intensidad impuesta por elementos armados de la Legión Wahhabita respaldados por la OTAN.
Sus canales de televisión vía satélite no se limitaron a mostrar imágenes previamente editadas de forma tendenciosa para engañar al público sino que incluso rodaron en estudio imágenes de ficción destinadas a satisfacer las necesidades de su propia propaganda. O sea, el CCG y la OTAN fabricaron y dieron vida mediática, a lo largo de 10 meses, a una revolución que existía únicamente en imágenes mientras que, en el terreno, Siria tenía que enfrentar una guerra de baja intensidad impuesta por elementos armados de la Legión Wahhabita respaldados por la OTAN.
Sin embargo, al utilizar Rusia y China por vez primera su derecho al
veto y al anunciar Irán su intención de combatir junto a Siria en caso
de necesidad, Estados Unidos y sus vasallos han tenido que admitir que
insistir en su proyecto los llevaría a una guerra mundial. Al cabo de
meses de tensión extrema, Estados Unidos ha tenido que admitir que
estaba tratando de engañar al mundo y que las cartas de triunfo no
estaban en sus manos.
A pesar de un presupuesto militar que sobrepasa los 800,000 millones
de dólares, Estados Unidos no es más que un coloso con pies de barro. En
efecto, si bien sus fuerzas armadas son capaces de destruir Estados en
vías de desarrollo, debilitados de antemano por guerras anteriores o por
largos embargos, como en los casos de Serbia, Irak o Libia, lo cierto
es que las tropas de Washington no pueden ocupar territorios ni medirse
con Estados dotados de capacidad de respuesta y con medios de llevar la guerra al territorio estadounidense.
A pesar de lo que el pasado parece demostrar, Estados Unidos nunca fue una potencia militar realmente significativa. Intervino sólo por poco tiempo en la fase final de la Segunda Guerra Mundial
y ante un enemigo ya desgastado por el Ejército Rojo, fue derrotado en
Corea del Norte y en Vietnam, no logró controlar absolutamente nada en
Afganistán, se vio obligado a huir de Irak por miedo a ser aplastado
allí.
Durante las últimas décadas, el Imperio estadounidense ha borrado la
realidad humana de sus guerras y ha basado su estrategia comunicacional
crear la impresión de que la guerra es una especie de videojuego. En eso
se basan sus campañas de reclutamiento, así como la formación de sus
soldados. Así que hoy dispone de cientos de miles de aficionados a los
videojuegos convertidos en soldados. El resultado es que, al menor
contacto con la realidad, sus fuerzas armadas se desmoralizan. Según sus
propias estadísticas, la mayoría de sus muertos no caen en cumplimiento
del deber sino que se suicidan, mientras que un tercio de su personal
en servicio activo padece graves trastornos siquiátricos que lo
incapacitan para el combate. El desmedido presupuesto militar del
Pentágono no logra compensar sus crecientes carencias en términos
humanos.
- Vitaly I. Churkin, representante permanente de la Federación Rusa en la ONU.
Nuevos valores: sinceridad y soberanía
El fracaso de los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo y de
la OTAN es también el de sus valores. Se presentaron como defensores de
los derechos humanos y de la democracia, cuando en realidad han adoptado
la tortura como sistema de gobierno y son en su mayoría contrarios al
principio de soberanía popular.
La opinión pública de Occidente y de los países del Golfo carece de
información sobre el tema pero el hecho es que Estados Unidos y sus
vasallos instauraron, a partir de 2001, una vasta red de cárceles
secretas y centros de torturas, incluso en países de la Unión Europea.
Con el pretexto de la guerra contra el terrorismo sembraron el terror, secuestraron y torturaron a más de 80,000 personas.
Durante ese mismo periodo crearon unidades de operaciones especiales
dotadas de un presupuesto anual ascendente a 10,000 millones de dólares
que ya han cometido asesinatos políticos en por lo menos 75 países,
según sus propios informes.
En cuanto a la democracia, Estados Unidos ya ni siquiera se toma el trabajo de ocultar que esa palabra no es, a su entender, «el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo»
del que habló Abraham Lincoln sino tan sólo el sometimiento de los
pueblos a la voluntad de Washington, como lo han demostrado las
declaraciones y guerras del presidente Bush. En todo caso, la
Constitución de ese país niega el principio mismo de soberanía popular y
Washington ha suspendido las libertades constitucionales fundamentales
instaurando un estado de urgencia permanente a través de la Patriot Act.
En lo que respecta a sus vasallos del Golfo, basta con recordar que se
trata de monarquías absolutistas.
Ese modelo, que conjuga descaradamente crímenes a gran escala con
discursos humanitarios, es el que acaba de ser derrotado por Rusia y
China, dos Estados cuyo balance en materia de derechos humanos –por muy
criticable que sea– no deja de ser infinitamente superior al del Consejo
de Cooperación del Golfo y la OTAN.
Al recurrir al veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, Moscú y
Pekín han asumido en la práctica la defensa de dos principios: el
respeto por la verdad, sin la cual la justicia y la paz son imposibles, y
el respeto de la soberanía de los pueblos y Estados, sin el cual no es
posible forma alguna de democracia.
Ha llegado el momento de luchar por reconstruir la sociedad humana al cabo de un largo periodo de barbarie.