Muere el último brigadista británico: David Lomon (1918-2012)
David Lomon ha fallecido en la mañana del 21 de Diciembre de 2012, a
los 94 años de edad. Era el último brigadista británico. En la última
entrevista que concedió durante su estancia en Madrid, David afirmó que
su participación en la Guerra Civil como voluntario de las Brigadas
Internacionales era ‘lo mejor que había hecho en su vida.’
David nació en el seno de una familia judía de clase trabajadora en Inglaterra. En los años 30 el fascismo inglés, liderado por Oswald Mosley, comenzó a impregnar sectores políticos importantes en Gran Bretaña. La preocupación de David por esto le llevó a participar en lo que pronto se conoció como la “batalla de Cable Street” (4 de octubre de 1936), en la que una marcha de los Camisas Negras por el Este de Londres (East End) fue desarticulada por numerosos grupos unidos ante la escalada del fascismo.
Después de aquella primera victoria local, David decidió extender su
compromiso anti-fascista a España, y se alistó como voluntario en las
Brigadas Internacionales. Llegó a España en diciembre de 1937 y en
Tarazona de la Mancha (Albacete) recibió entrenamiento en el manejo de
las ametralladoras. Combatió en la batalla de Teruel y en la ofensiva
franquista de Aragón, siendo capturado por la división italiana de
Flechas Azules el 31 de marzo de 1938.
Junto con varios centenares de prisioneros de la XV Brigadas
internacional, fue internado en el campo de concentración de San Pedro
de Cardeña. Pronto fue trasladado a otro campo ubicado en Palencia
donde, aparte de sufrir el despiadado trato de los capos, tuvo que
afrontar las continuas visitas de miembros de la Gestapo que se iban
llevando alemanes y judíos. Fue entonces cuando más agradeció el consejo
que le dieron en Londres de acortar su apellido Solomon por Lomon.
Finalmente fue repatriado a Inglaterra en octubre de 1938 como parte de
un intercambio de prisioneros en el que intervino el ministro José
Giral.
David Lomon dedicó el resto de su vida a trabajar en el ramo de la
industria textil. En los últimos años asistió a numerosas ceremonias y
homenajes en el Reino Unido. En octubre de 2011 vino a España para
participar en el 75 aniversario de las Brigadas Internacionales
organizado por la AABI. Él fue quien en nombre de los brigadistas
pronunció un discurso en la inauguración del monumento a las Brigadas
Internacionales de la Ciudad Universitaria de Madrid.
El pasado mes de julio, David recibió con efusión y agradecimiento
una bandera republicana elaborada por Foro de la Memoria Histórica de
Madrid. Hace un mes, invitado por la Asociación de Amigos de las
Brigadas Internacionales, David vino a Madrid para participar el 76º
aniversario de la Defensa de Madrid; en los diversos actos en los que
participó se le rindió un cariñoso tributo. Así lo hizo el numeroso
público congregado en el Ateneo el 7 de noviembre como el día 10 en el
monumento de la Ciudad Universitaria. Incluso el viernes 9 se le vio
caminar con admirable brío por la Puerta del Sol, la calle Montera y la
Gran Vía, en el paseo que la AABI organizó en recuerdo del histórico
desfile de la XI BI por esas calles justo 76 años antes. Descanse ahora
en paz.
David Lomon en Madrid noviembre de 2012
LA GUERRA CIVIL
LAS BRIGADAS INTERNACIONALES
David Lomon
El fascismo y la opresión se extendieron por Italia, Austria y
Alemania. La amenaza a Europa y Gran Bretaña iba creciendo día a día. En
España Hitler y Mussolini ayudaron al general fascista Franco. Fue en
1936 y comenzaron apoyando el puente aéreo de los miles de soldados
españoles y moros que pasaron de África a España para lanzar la guerra
contra el gobierno elegido en España. Hitler siguió suministrando
aviones de guerra con sus tripulaciones.
En Gran Bretaña, los “camisas negras” fascistas, seguidores de Hitler
y Mussolini y dirigidos por Oswald Mosley, difundían sus ideas
venenosas y estaban ganando apoyo en todo el país. En su intento por
ganarse el favor de Hitler emulando sus mítines en Berlín, Mosley
organizó una gran manifestación en Londres en la que los “camisas
negras” y otros grupos de la derecha antisemita harían una marcha el 4
de octubre en East End, el barrio al este de Londres donde había más
población judía.
Ante la noticia, muchos grupos antifascistas unieron para impedir la
concentración. Y así, en la mañana del 4 de octubre de 1936 se citaron
en Cable Street para gritar “¡No pasarán! ¡No pasarán!”. Así comenzó lo
que desde entonces se conoció como la batalla de Cable Street. A lo
largo de toda la marcha hubo sangrientos enfrentamientos. Al final la
policía intervino dispersando a los que marcha y llevándose escoltado a
Mosley y sus partidarios fuera de Londres. La noticia de la batalla de
Cable Street y de la humillación que supuso para Mosley se difundió por
todo el país. Este fue el punto de inflexión y el comienzo de la caída
del movimiento fascista en Gran Bretaña.
Para mí, como para tantos otros, la lucha contra el fascismo no había
terminado, no había hecho más que empezar. Comencé a pensar en hacer
algo más activo contra Hitler, Mussolini y Franco, así que decidí unirme
a la Brigada Internacional recién formada y ayudar al pueblo español en
su lucha contra las fuerzas del fascismo que amenazaban a su país y al
mundo entero. Entré en contacto con la Liga de Jóvenes Comunistas, el
grupo que estaba organizando los viajes a España y que me proporcionó un
billete de tren para una escapada de fin de semana en París, que no
requería pasaporte. Me aconsejaron que cambiara mi apellido de David
Solomon por otro menos aparentemente judío; al ir a luchar contra los
fascistas, si tenía la mala suerte de ser apresado, podría ayudarme a
sobrevivir (no imaginaba yo entonces cuánta razón tenían). Así que
eliminé las dos primeras letras de mi nombre y me convertí en David
Lomon, nombre por el que todavía hoy soy conocido.
Dejé una carta a mi madre y mis hermanas, en la que no les confesé
mis intenciones, y me puse en camino hacia París. Pasé dos noches en un
local del Partido Comunista en París donde fui inscrito y me hicieron
un examen médico. Me uní a grupos de hombres con parecidas ideas
procedentes de muy diferentes países y a la mañana del tercer día nos
llevaron en autobús a las estribaciones de la Pirineos. Llegamos por la
noche y nos estaban esperando dos guías españoles con los que iniciamos
la marcha. Había unos guardias fronterizos franceses que,
increíblemente, nos dieron la espalda y miraron a otro lado. La subida
nocturna por la montaña fue ardua y peligrosa, pero la expectativa de
ver el final de nuestros esfuerzos hizo que nadie se quejara.
Al amanecer nos dijeron que habíamos llegado a España. Agotados, pero
llenos de esperanza, nos acogieron soldados españoles que sin perder
tiempo nos llevaron en camiones a Figueras donde nos alojaron en lo que
nos pareció una antigua fortaleza árabe. En los días siguientes se nos
unieron otros pequeños grupos de hombres y finalmente nos llevaron en un
largo viaje por carretera hasta la base de entrenamiento de las
Brigadas Internacionales.
Fue allí donde encontré a hombres y mujeres de toda Gran Bretaña.
Venían de todas las clases sociales y creencias políticas: mineros,
abogados, doctores, obreros, trabajadores portuarios… todos estaban
allí, incluso combatientes de la Primera Guerra Mundial; pero estábamos
allí con una misma finalidad: luchar contra el fascismo y por la
libertad del pueblo español. El entrenamiento fue largo y duro y tuvimos
que conformarnos con armas antiguas, en su mayoría de antes de la
guerra de 1914-18, y con las viejas ametralladoras rusas. La comida no
era mucho mejor: carne de burro, sardinas y alubias era nuestra dieta
básica. Sin embargo, estábamos tan determinados a superar todas las
dificultades que acabamos por aceptar lo que nos daban y la instrucción
que hacíamos. Después de todo no habíamos ido a España a comer sino a
pelear. Me enseñaron a disparar la ametralladora rusa Maxim, un arma
vieja y pesada que se refrigeraba con agua y requería mucho
mantenimiento. Recuerdo que en una ocasión en que estábamos luchando en
una zona alta de montaña, se congeló el agua y entonces descubrimos otro
uso para el brandy español: sustituimos el agua por brandy y la
ametralladora siguió disparando.
Los españoles eran fantásticos, con una actitud increíble hacia la
vida. Su gobierno estaba haciendo lo mejor posible para mejorar su nivel
de vida, teniendo en cuenta que la mayor parte de su vida tuvieron que
aguantar la represión, la pobreza, la mala alimentación y los malos
tratos. Tenían muy poco, pero compartían con nosotros lo poco que
tenían.
La guerra, sin embargo, no iba bien. El bombardeo constante de los
pueblos y aldeas estaba pasando factura. El ejército fascista español,
bien equipado y reforzado con las tropas moras e italianas, seguía
ganando terreno en todas partes. Málaga y Teruel habían caído y ahora se
dirigían de nuevo a Madrid. Las Brigadas Internacionales habían hecho
lo posible para salvar Madrid, pero la presión era intensa. Estuvimos
luchando a lo largo del río Ebro en la que iba a ser mi última batalla.
Fui capturado por tropas italianas, aunque no sé exactamente cómo
sucedió aquello, ya que me encontraron boca abajo e inconsciente. Lo
último que recuerdo fue la defensa de un puente en algún lugar a lo
largo del Ebro y mi despertar en la parte trasera de un camión
custodiado por las tropas italianas.
Me llevaron, junto con otros presos, al antiguo monasterio de San
Pedro de Cardeña. Estuvimos hacinados en el sótano, donde muchos
murieron por falta de atención médica y de alimentos. Pronto nos
organizaron por grupos. El mío, compuesto principalmente por
combatientes británicos, fue trasladado a un campo de prisioneros de
guerra en Palencia. Allí pasé unos meses horrible. La Gestapo venía cada
pocas semanas a llevarse ciudadanos alemanes y, en particular, a
judíos. Fue entonces cuando agradecí el consejo que me dieron en Londres
de cambiar mi nombre; eso me salvó la vida. Un día en que estábamos
agrupados nos dijeron que uno de cada cuatro de la lista iba a ser
canjeado por cuatro de sus propias tropas capturadas. Para mi alivio, yo
estaba en la lista de intercambio. Nos llevaron a un lugar de la
frontera francesa, donde se procedió al intercambio. Luego nos llevaron
en tren hasta la costa y nos embarcaron en un buque que nos devolvió a
casa.
Durante la Guerra Civil española, los gobiernos de Francia y Gran
Bretaña dieron la espalda a lo que estaba ocurriendo en España y al
papel activo que Alemania e Italia estaban jugando allí. Un año después
del final de la guerra española, cuando Hitler y Mussolini
desencadenaron la guerra tras ganar una gran experiencia operativa a
costa de los españoles, ambos pagaron el precio de su indiferencia.
Me han dicho que soy uno de los tres únicos brigadistas que
sobreviven en Gran Bretaña y el último judío combatiente en España. Me
resulta difícil creerlo. Si todavía hay algún otro como yo que no se
haya dado a conocer por la razón que sea, por favor, hacédmelo saber por
si pudiera ayudar algo con mi vieja memoria. Tengo 94 años y me
gustaría llenar algunas lagunas.
Salud