Grecia está en pie de guerra social y seguirá estándolo
PETROS, compañero anarquista que vive en el barrio de Exarjia, salió de su
casa para ir a la manifestación del
domingo 12 de febrero en Atenas. Ya fuera del portal, se le
acercaron unos tipos sin uniforme, que no se identificaron, y le
pidieron la documentación. Es una práctica común en Grecia -ilegal,
pero muy común- que la policía secreta se coloque en las esquinas de
las calles que rodean el lugar donde se ha convocado la manifestación
para identificar y registrar a quien les parezca
oportuno, y si algo les resulta sospechoso, o si reconocen a algún
militante político, lo llevan a comisaría para comprobar sus datos -los
mismos datos que muestra el carné que acaban de ver- y
lo retienen hasta que la concentración ha concluido. No está
detenido, le dicen, pero de momento no puede marcharse. El día 12 la
técnica fue más sofisticada y amedrentadora: como en el caso de
Petros, la policía esperó a muchos compañeros en los portales de su
casa poco antes de la manifestación para llevárselos directamente a
comisaría. Los dejaron marchar a las diez y media de la
noche.
Eleni
trabaja en una empresa de informática. Cobra el salario mínimo, más
algún plus por tener título
universitario y por antigüedad, unos 700 euros, que es un buen
sueldo tal y como están las cosas. A partir del mes que viene cobrará un
20 % menos gracias a las medidas que la Troika ha impuesto
para "solucionar" los problemas económicos del país. Puede
considerarse afortunada. Muchos trabajadores llevan sin cobrar más de
seis meses, y los jubilados ven cómo se reducen cada vez más sus
pensiones, por no hablar de los que ni siquiera tienen trabajo.
Además, se han anulado los convenios colectivos y se ha liberalizado el
despido, más o menos las mismas medidas adoptadas por el
gobierno español y otros gobiernos europeos. Día a día, vemos
aumentar una nueva clase social, la de los "nuevos pobres". Los carritos
de la compra han pasado a formar parte del paisaje urbano,
entre los coches mal aparcados y las aceras llenas de socavones,
pero para lo que se utilizan ahora es para transportar lo recaudado
entre la basura, en el mejor de los casos metal o
papel.
Dimitris,
un titulado universitario que trabaja de camarero, tenía que operarse
de los ligamentos de la rodilla.
En este país, cuando se va al médico, se sabe que te pueden pedir un
"sobrecito". El sobrecito en cuestión es una propina para que el médico
te trate mejor y cuanto antes. En el caso de una
operación seria, la propina puede ascender a varios miles de euros.
Pero Dimitris no estaba dispuesto a pagar sobornos. Le tocó esperar más
de un año, porque siempre había algún alma espléndida
que pasaba por delante de él en la lista de espera. La cosa pública
en Grecia ha gestionado los recursos de manera completamente corrupta y
ha creado una abultada casta de funcionarios colocados
buena parte de ellos a dedo por los dos partidos que se han
alternado en el gobierno, PASOK y Nea Dimokratía. Es público y notorio
que el apoyo electoral o político a cualquier nivel suele
recompensarse con un puestecito público para el niño o la niña. Así
las cosas, cuesta creer que los miles de empleados públicos que serán
despedidos en este país, siguiendo las indicaciones de la
Troika, vayan a ser precisamente los enchufados de todos estos años.
Por otra parte, si los servicios sociales ya funcionan mal,
difícilmente pueden funcionar mejor aplicándoles la
tijera.
Lukás
Papadimos, antiguo vicepresidente del Banco Central Europeo, es desde
el pasado mes de noviembre el primer
ministro. Nadie lo ha votado, y no es de extrañar, puesto que nunca
se ha presentado a unas elecciones. Encabeza un gobierno de coalición, o
de salvación nacional, como dicen por aquí, que tiene
por misión firmar todas las leyes que los organismos financieros
precisan para saldar una deuda cuya legitimidad cabría cuando menos
cuestionarse. En la antigua Roma, en periodos críticos y con
carácter estrictamente temporal, se designaba a una magistratura
para dirigir la República. Pero se la llamaba dictadura. A estas alturas
sería ingenuo esperar que se llamara a las cosas por su
nombre. Llaman "flexibilidad laboral" a la pérdida de derechos,
"moderación salarial" a la reducción de los sueldos, y "salida y
entrada" al despido.
La
Troika chantajea pidiendo que, gane quien gane las próximas elecciones,
sigan vigentes las medidas que acaban
de firmarse. En caso contrario, no entregará los 130 mil millones de
euros, dinero que, por otra parte, sólo servirá para rescatar a los
bancos y que ni siquiera entrará en Grecia. Decían por
aquí que las elecciones serían en febrero. Después, que en abril.
Pero en abril es muy difícil que se celebren elecciones, y más ahora,
cuando las encuestas pronostican el descalabro de los
partidos que participan en el gobierno. El mayor derrotado sería el
PASOK, que sólo obtendría en torno a un 13 % de los votos. Ya se sabe:
tenemos democracia y libertad siempre que nuestros
deseos y nuestros votos se ajusten a los deseos de los de arriba. ¿Y
si no? Si no, ya encontrarán la forma de meternos en vereda. Por la
Libertad y la Democracia, claro.
Claro.
Con
estos ingredientes y algunos otros se prepararon buena parte de los
cócteles molotov que ardieron el pasado
12 de febrero en las calles de Atenas. El estallido fue
generalizado. Los incendios y los destrozos se extendieron por toda la
ciudad, de modo que parece imposible que los llevara a cabo
exclusivamente un grupo de encapuchados. Podía verse a señoras de
cierta edad quemando contenedores para que no pasara la policía
motorizada atropellando y golpeando a la gente, a ciudadanos
completamente normales diciendo que había llegado la hora de
quemarlo todo, que ya nos habían quemado la vida y que no había otra.
Pasaron horas respirando gases lacrimógenos, intentando evitar
que la policía dispersara la manifestación.
Grecia
está en pie de guerra social y seguirá estándolo. El gobierno no tiene
legitimidad. Las huelgas y las
ocupaciones de ayuntamientos y edificios públicos se multiplican.
Pero la conciencia política debería extenderse a una población mucho más
amplia, no limitarse a la protesta por haber perdido las
migajas de ayer (migajas que, dicho sea de paso, ya empiezan a
parecer un festín). Puede que en un momento dado todo colapse, con
bancarrota oficial o no, y en ese caso será indispensable tener
respuestas. La vía estatal no vale, porque el Estado es, por
esencia, represor y corrupto. A la empresa privada se le ha allanado el
camino hasta tal punto que el trabajo se parece cada vez más a
la esclavitud. Así las cosas, la única alternativa es la
autogestión. En Grecia se multiplican las experiencias de este tipo.
Mucho está aún por hacer, muchísimo, pero día a día surgen nuevas
cooperativas de trabajadores sin jefes, cafeníos y tiendas,
servicios de mensajería, talleres de muebles y cooperativas de alimentos
que funcionan de manera horizontal. Se han creado redes de
intercambio de productos y de servicios, y en algunos casos se ha
puesto en marcha una moneda alternativa. Algunos productores agrícolas
han abandonado el comercio convencional y se han unido a
grupos de consumidores para funcionar sin intermediarios. En
Tesalónica, en Kilkis y en diversos barrios de Atenas se han abierto
ambulatorios sociales, es decir, edificios ocupados que pasan a
ser gestionados por médicos y en los que la consulta es gratuita,
iniciativa importante ahora que muchas personas han perdido la seguridad
social tras meses sin cotizar. Se organizan cada vez más
cocinas colectivas, que van tomando forma de comedores sociales,
grupos de profesores que dan clases de apoyo gratis, asambleas de barrio
y muchas otras propuestas. Pero el camino es largo y
queda mucho por hacer. Esperemos que dé tiempo a fortalecer estas
repuestas antes de que llegue lo que se nos viene encima.
Chemi Espinosa