dijous, 11 de juliol del 2013

En Egipto, los regímenes se suceden y se parecen, señala Manlio Dinucci. Hosni Mubarak, la Hermandad Musulmana o el Consejo Militar son todos más o menos dependientes de Estados Unidos. Aunque los últimos acontecimientos fueron sorpresivos para Washington, los estadounidenses siempre se aseguran de que la victoria caiga en manos de alguno de sus peones. La verdadera revolución aún está lejos.
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La palabra utilizada en los pasillos de Washington para calificar la posición de la Casa Blanca ante el golpe de Estado en Egipto no podemos escribirla en estas páginas por ser demasiado ofensiva. La Casa Blanca condena la violencia en general mientras dice sentirse preocupada por el «vacío de poder» y sorprendida ante los acontecimientos.
Funcionarios del Pentágono aseguran, sin embargo, que el secretario de Defensa Chuck Hagel se mantuvo siempre «en estrecho contacto» con su colega egipcio, el general Abdel Fattah al-Sissi. Hombre de confianza de Washington, que completó su formación en el US Army War College de Carlisle (academia militar de Pennsylvania), ex jefe de los servicios secretos militares, principal interlocutor de Israel, el general al-Sissi fue nombrado jefe del Estado Mayor y ministro de Defensa por el propio presidente Morsi, hace menos de un año.
Hace 5 meses, el 11 de febrero de 2013, el general James Mattis, jefe del CentCom –en cuya área se incluye Egipto debido a su «influencia estabilizadora en el Medio Oriente», sobre todo en lo tocante a Gaza– convocó al general al-Sissi. En el orden del día de la reunión –en la que estuvo presente la embajadora estadounidense en El Cairo, Anne Patterson–, estaba la «cooperación militar USA-Egipto» en el contexto de la «inestabilidad política» en El Cairo.
Al mismo tiempo, Washington había anunciado la entrega de otros 20 aviones de combate F-16 y de 200 tanques pesados M1A1 (fabricados en Egipto bajo licencia estadounidense). Gracias a un financiamiento militar de 1 500 millones de dólares que Estados Unidos entrega anualmente desde 1979 (financiamiento sobrepasado únicamente por el que Washington concede a Israel), las fuerzas armadas egipcias disponen de la cuarta flota mundial de F-16 (240) y de la séptima flota mundial de tanques (4 000).
El Pentágono entrena a las fuerzas armadas egipcias en el uso de ese armamento y de otros más –como el equipamiento antimotines. Para garantizar ese entrenamiento, el Pentágono envía cada 2 años a Egipto 25 000 militares estadounidenses, que participan con ese objetivo en las maniobras Bright Star.
Así se ha creado la palanca fundamental de la influencia estadounidense en Egipto: una casta militar que cuenta también en las altas esferas con sus ramificaciones de poder económico. Esa casta, que a lo largo de más de 30 años respaldó el régimen de Mubarak al servicio de Estados Unidos, garantizó la «transición pacífica y ordenada» que quería Obama al producirse el levantamiento popular que derrocó a Mubarak. Esa misma casta favoreció el ascenso a la presidencia de Mohamed Morsi, representante de la Hermandad Musulmana, como medio de neutralizar a las fuerzas laicas que habían protagonizado el levantamiento. Y esa misma casta depuso ahora a Morci cuando su gestión provocó el nuevo levantamiento de los opositores laicos y de los jóvenes rebeldes del Tamarrod (movimiento de «Rebelión». NdT.).
La otra palanca de la influencia estadounidense en Egipto es económica. Desde que Mubarak implantó las medidas de privatización y desregulación que Washington tanto deseaba y abrió por completo las puertas del país a las transnacionales, Egipto –a pesar de ser un gran exportador de petróleo, de gas natural y de productos manufacturados– acumuló una deuda externa que sobrepasa los 35 000 millones de dólares. Y para pagar los intereses, que se elevan a 1 000 millones de dólares anuales, Egipto depende de los «préstamos» de Estados Unidos, del FMI y de las monarquías del Golfo. Eso representa una cuerda al cuello para la mayoría de los 85 millones de egipcios, teniendo en cuenta además que la mitad de esa población vive en condiciones de pobreza. Lo cual explica las sucesivas oleadas de rebelión y de lucha por una verdadera democracia política y económica, movimientos que la jerarquía militar logró controlar hasta ahora presentándose cada vez como garante de la voluntad popular.
Esa jerarquía militar se mantiene así como la fuerza que realmente tiene en sus manos las riendas del poder, poder que sirve a los intereses de Estados Unidos y de Occidente. El levantamiento no se convertirá en una revolución verdadera mientras las fuerzas populares, tanto laicas como religiosas, no logren romper ese vínculo neocolonial, lo cual abriría finalmente a Egipto las puertas de un porvenir de independencia y de progreso social.