dimarts, 26 de març del 2013

ABUELAS Y MADRES DE MAYO

La memoria, las villas, el ex juez Baltasar Garzón y Carlos Slepoy


Carlos SlepoyPor Eduardo Anguita en Infonews, Buenos Aires 26.03.13

La conmemoración del 24 de marzo como Día de la Memoria resultó, una vez más, un acontecimiento estremecedor. Además, se constata que hay cada vez mayor asistencia y que el promedio de edad de los asistentes es más bajo: el domingo hubo miles y miles de jóvenes que cursan el secundario o los primeros años de universidad. Además, había una apreciable cantidad de familias de barriadas populares encolumnadas tras las banderas de La Cámpora, el Movimiento Evita, Kolina, la Tupac Amaru y otras agrupaciones que adhieren a Unidos y Organizados. Los que llegaron a la Plaza de Mayo desde el Conurbano, dato muy importante, hace diez años eran los desocupados que reclamaban por bolsas de alimentos y hoy recuperaron el trabajo.

En ese acto, cuyo espíritu y nervio son las Madres y Abuelas, el dolor se junta con las murgas, con las actrices que hacían de estatuas representando a las Madres y con los miles que desfilamos con una pancarta donde está la foto de un ser querido que fue secuestrado y que, después de 37 años, seguimos buscando, queriendo saber quién lo detuvo, quién dio la orden y quién dispuso de su vida. Ese reclamo, que brota desde las gargantas desgarradas, nunca se acalló. En estos diez años, primero fue la determinación de Néstor Kirchner de arremeter contra los símbolos y personajes siniestros que pretendían la impunidad. Luego fue el debate parlamentario que derogó, tanto las leyes oprobiosas como los indultos. Y, en los últimos tres años, se sumó una contribución decisiva de la justicia, que dio celeridad a los expedientes y pudo desarmar las maniobras dilatorias de buena parte de los magistrados cómplices.

El documento elaborado por las organizaciones de Derechos Humanos y leído al cierre del acto, pone una vez más la lupa sobre la matriz económico social que destruyó la industria y fue funcional a la masacre. Por eso, con nombre y apellido, dieron casos de empresas de primera línea en cuyas plantas funcionaron grupos de tareas, la mayoría de las veces con uniforme militar, y que secuestraron e hicieron desaparecer a centenares de trabajadores. Un caso testigo es el de Carlos Blaquier, presidente de Ledesma, procesado finalmente por lo sucedido en Villa Libertador San Martín, Jujuy, conocido como “La noche del apagón”. El poder de Blaquier es tal que en estos últimos años logró que su empresa tuviera ayuda financiera preferencial otorgada nada menos que por el Banco Nación como parte de los llamados créditos del Bicentenario. Ledesma, además, resultó favorecida con el permiso de hacer biocombustibles. A la inauguración de esa actividad, apenas dos años atrás, asistieron ministros del Poder Ejecutivo, en cuya órbita funciona el Programa Nacional de Biocombustibles y es quien otorga las autorizaciones para operar en ese rubro. Federico Nicholson, número dos de Ledesma, es también el número dos de la actual conducción de la Unión Industrial Argentina, encabezada por José Ignacio de Mendiguren, quien tiene afinidad con el gobierno nacional. Nicholson y Blaquier publicaron días pasados avisos fúnebres tras la muerte del arquitecto del plan económico de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz. Esto no produjo ninguna incomodidad en la prensa conservadora que –es preciso reconocerlo– circula diez a uno en relación a los medios que quieren el cambio. Eso sí, esa prensa conservadora tiene poder de daño pero no tiene poder de convocatoria.

Los miles y miles (más de 100 mil en Plaza de Mayo) de concurrentes al acto del domingo leen y escuchan diarios, revistas y programas que no ocultan la verdad de esos años y que en muchos casos también albergan voces críticas a ciertas políticas o funcionarios del actual gobierno.
Esos medios conservadores quisieron desvirtuar la convocatoria alertando acerca de posibles “choques” en el acto. Vilma Ripoll –que se abrazó con Hugo Biolcati sin rubores durante las jornadas por la Resolución 125 hace cinco años– los días previos a la marcha salía a alertar que el gobierno preparaba la represión. No hubo –como siempre– presencia de policía en la Plaza ni choques de ningún tipo. Pero no faltaron, al día siguiente, las críticas, por ejemplo, a la Agrupación Kirchnerista de Izquierda, por la intervención que llamaron “Bajá tu propio cuadro” y ofrecían las fotos de dirigentes políticos o periodistas oportunistas y/o de derecha. Frente a la Catedral metropolitana, un grupo de militantes de esa agrupación representó a las figuras emblemáticas de aquel tiempo. Uno disfrazado de obispo, otro de marino, una joven con los ojos vendados y otra con un clarín en las manos. Esas expresiones escandalizan a los medios conservadores y a buena parte del medio pelo. No lo ven como arte. Quizá porque sea hecho por artistas que lo hacen por vocación y compromiso. Son los mismos sectores que festejan a artistas vanguardistas muy bien cotizados en el mercado.
Si actos como el del domingo, de profundo sentido pacífico y reparatorio, no son acompañados por sólidas campañas donde se sepa la verdad, no sólo del pasado sino del presente, respecto a quiénes son los dueños del poder económico, se corre el riesgo de desvirtuar el sentido profundo de la lucha emprendida en las gestas populares que buscaron un destino de igualdad en la sociedad argentina y que hoy son recordados muchos de ellos como víctimas del terrorismo de Estado.

Las nuevas generaciones de jóvenes que emergen hoy a la política así lo reclaman. El compromiso de quienes tienen cargos emanados de la voluntad popular y que están guiando esta etapa de la Argentina a un destino de justicia no puede pensarse con maquillajes respecto de quiénes tienen todavía grandes privilegios y altísima rentabilidad. Fueron las Madres de Plaza de Mayo – Línea Fundadora, Abuelas de Plaza de Mayo y Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas quienes dieron cuenta del documento del domingo. Es decir, Martha Vázquez, Estela de Carlotto y Lita Boitano, tres señoras de más de 80 años que dicen muy orgullosas las verdades que sus hijos enarbolaban en los fértiles y nvulsionados años setenta.

LAS VILLAS. La presencia de La Garganta Poderosa en estos últimos años en las actividades conmemorativas del golpe del ’76 adquiere un rol cada vez más protagónico. Graficaron con maestría la complicidad civil. En efecto, instalaron decenas de arquitos de fútbol en los alrededores de Plaza de Mayo y un integrante de La Garganta, disfrazado de juez – árbitro, invitaba a patear penales. Los arqueros tenían como máscara a los civiles más conspicuos de la dictadura. “Cómplices civiles a los penales” era la consigna que acompañó este acontecimiento artístico que indica con toda claridad dónde tienen que estar los criminales, incluyendo a los de corbata y sillón de ejecutivo. El costado que menos se conoce es que los protagonistas fueron cientos de pibes y pibas de las villas como la 1-11-14, la 20-24, la 31 o la Rodrigo Bueno. Esos pibes tienen sus asambleas y piden urbanización, derechos sociales básicos. Alguno se preguntará por qué tienen números en vez de nombres muchas de ellas. La explicación es tan sencilla como tenebrosa: la vieja Comisión Municipal de la Vivienda designaba los barrios humildes de villeros con las coordenadas de los planos catastrales. Tal como relataba Bernardo Verbitsky en Villa miseria también es América hace más de medio siglo, los asentamientos fueron el resultado de las migraciones internas en búsqueda de trabajo y mejor destino, replicando un modelo de despoblamiento rural propio del rol que jugaba América Latina para Estados Unidos a partir del llamado deterioro de los términos de intercambio que destruyó el tejido campesino y de producciones autóctonas al sur del río Bravo. Eso sí, al norte del Bravo, los farmers siempre tuvieron subsidios. En la cuna del liberalismo económico, la ley económica es distinta.

Pues bien, los habitantes de las villas, tanto en la Ciudad de Buenos Aires como en el Conurbano, siempre tuvieron maneras de nombrar sus barrios y dieron cuenta de lo poco favorecidos que eran los terrenos a los cuales los empujaban: Las Ranas, Las Catonas, Las Latas, La Quema. Pero hay algo que no pudieron cambiar: la falta de registro de propiedad de sus propias casas. La perversa informalidad fue concebida por los civiles de las distintas dictaduras que siempre pensaron en el negocio inmobiliario y no en el derecho de los trabajadores y en el inalienable derecho a la propiedad, que cuando es de los pobres parece ser alienable para muchos. Por eso, durante el ’76 se produjo la erradicación forzosa, a punta de fusil y empuje de topadoras, en muchos de los barrios pobres. A 37 años del golpe, la situación es también dramática. Y no sólo en tierras gobernadas por Mauricio Macri sino en muchos barrios humildes del Conurbano. Es cierto que en algunos de ellos, tanto los intendentes como los funcionarios provinciales se ocuparon de armar un registro y entregar tierras fiscales, títulos de propiedad, además de acompañar algunos planes –pocos– de viviendas populares.

GARZÓN Y SLEPOY. Entre los cientos de momentos de confraternidad y emoción vividos en esa jornada, este cronista fue protagonista casual del encuentro de dos juristas que son expresión cabal de compromiso, capacidad y honestidad. Sobre el fin de la marcha, en la vereda del Café Tortoni, yo estaba junto a Carlos Slepoy, quien se desplaza en silla de ruedas pero no deja de dar batallas contra la impunidad. Slepoy lo hizo en los noventa en Madrid, ante la Audiencia Nacional de España por los crímenes cometidos en América latina en el juzgado de Baltasar Garzón y lo hace ahora tanto en los tribunales porteños como en los madrileños para que se inicien los juicios por los crímenes del franquismo. Mientras hablábamos, por Avenida de Mayo, de la mano de su esposa, caminaba el mismísimo Garzón. Me acerqué, y tras saludarlo, le dije: “Carli está allí.” Visiblemente emocionado, Garzón se acercó a abrazarlo. Iniciaron una conversación que duró un rato y propició que mucha gente se agolpara para vivarlos. Muchos sacaban fotos con sus teléfonos o cámaras simples. Por suerte, el fotógrafo profesional Walter Velázquez registró con precisión este encuentro.

Fue inevitable, para quien escribe estas líneas, recordar que mi primer encuentro con Garzón fue en su juzgado, citado para denunciar el secuestro de mi madre, Matilde Vara, ocurrido el 24 de julio de 1978. Inevitable fue quedar impactado por otra coincidencia: fue del Café Tortoni que se llevaron a Matilde a los golpes para meterla en un Falcon y que esa sea su última imagen con vida de la que sus hijos tuvimos información. Pero las extrañezas no terminaban: quien me asistió como letrado cuando fui a ver a Garzón fue mi amigo y compañero de años, Carlos Slepoy. Era la primera vez que un juez dejaba asentada la denuncia de la desaparición de mi madre. Corría 1997. Al año siguiente, no bien terminé La Voluntad, me interné en el relato de ese juicio apasionante y a principios de 2001, salía a las librerías Sano Juicio. Ahora, pasados los años, cuando caía este domingo tan intenso, mi hija Mathilde, que llevó durante toda la marcha la foto de su abuela Matilde, estaba cansada y reclamaba la vuelta a casa. Al día siguiente tenía que ir a la escuela.