Y decía la periodista y escritora Lydia María Child: “Es imposible
exagerar el mal que la teología le ha hecho al mundo”. Relatar la
historia del daño irreparable de las religiones a la humanidad sería
tarea ardua y no ha lugar; pero sólo con recordar algunas de sus
actuaciones históricas tenemos datos suficientes para evaluar que sus
supuestas bondades están muy lejos de ser la realidad: guerras,
genocidios, quema de libros (y de sus autores), torturas, sometimientos
físicos y psíquicos, y, en general, inducción al odio al diferente, a la
irracionalidad, a la intolerancia, al fanatismo, al desprecio a las
mujeres, a los homosexuales, a los discapacitados, veto a la ciencia y
al progreso, desprecio a la vida animal… En tiempos más cercanos en el
tiempo, recordemos su estrecha alianza con los tiranos de las dictaduras
europeas y latinoamericanas del siglo XX, su papel protagonista en el
franquismo, tráfico con la vida de niños, su protección sistemática de
la pederastia, su alianza con las fuerzas políticas de extrema derecha,
su injerencia en las políticas de los países democráticos, veto a las
leyes que buscan el desarrollo y el progreso de las personas, etc., etc.
Algunos argumentarán, lo cual suele ser lo normativo en adeptos que
dicen alejarse de la jerarquía pero seguir creyendo en sus idearios, que
hacen algo positivo: han custodiado la cultura durante siglos, y llevan
a cabo una gran labor social. Habría que precisarles la incalculable
cantidad de dinero que las iglesias obtienen de los Estados para esa
supuesta labor social, quizás basada sólo en el proselitismo, y no en la
ayuda real, porque yo lo que veo es la increíble perpetuidad de la
miseria y la precariedad humana. En cuanto a la labor de custodia de la
cultura, evidentemente atesorar y filtrar la cultura es una buena manera
de alejarla del pueblo y de acumular mucho poder, porque, por contra,
se le atribuye al cristianismo la pérdida de mil años de conocimiento
cuando, en el siglo IV, quemó la Biblioteca de Alejadría, y a la
científica Hipatia dentro, todo hay que decirlo.
Esta parrafada, que no desvela nada nuevo a quienes hayan leído, de
fuentes objetivas, un poco de historia, viene a cuento de la gran
indignación que está sintiendo en la actualidad una parte de la sociedad
ante las noticias que nos han estado llegando desde la semana pasada
sobre El Vaticano. Es una indignación comprensible, pero no es nada
nuevo bajo el sol. El caso es que en los últimos días, desde que anunció
su dimisión el actual Papa, están saliendo a la luz numerosos datos que
desvelan una enorme corrupción en el seno de la jerarquía de la Iglesia
, y unos sucesos dignos de la más cruenta novela negra, sacados a la
luz por el diario La Reppublica y que asustarían a cualquier
psicópata : prostitución, chantajes, pederastia, orgías, lobby gay,
tráfico de influencias, lavado de dinero negro… “Bin Laden podría tener
dinero en el IOR, y también las mafias, y los políticos que cobran
comisiones. Es una enorme lavadora, el vientre oscuro de los intereses
personales” afirma ese diario italiano.
Ante este panorama, insisto, hay que estar muy adoctrinado y muy
abducido, o ser lelo de remate, para seguir buscando la moral y el
remanso espiritual en una organización que actúa de manera radicalmente
contraria a las bondades y virtudes que falsamente predica.
Absolutamente defensora de la libertad de conciencia y de pensamiento,
respeto cualquier creencia a nivel personal. Respeto a los cristianos y a
los católicos (procedo de una familia de honda tradición católica –en
España, como casi todas-) tanto como a los budistas, a los protestantes o
a los sintoístas o a los ateos. La cuestión es que las creencias
religiosas, inofensivas a nivel privado, se financian con dinero público
y sustentan la injerencia de las iglesias que las representan en la
política, y esa injerencia política revierte en todas las cuestiones
públicas, que no sólo afectan a los creyentes en mitos y religiones,
sino a todos.
En la actualidad el Partido Popular, el que nos gobierna, es,
supuestamente, directa o indirectamente, el brazo político de la Iglesia
católica en España. Y estamos evidenciando cómo, mientras que ministros
y altos cargos tienen por hábito rezar e invocar a los “santos” para
que nos saquen de la crisis, la empeoran, y destruyen sin un atisbo de
compasión derechos sociales y ciudadanos. Quizás no sea de extrañar ante
las referencias morales que comparten: patriotas que sacan sus fortunas
de la patria y las llevan al extranjero, familias reales, de costumbres
más cortesanas que democráticas, que piden austeridad al pueblo, y
dogmas obsoletos que alejan a las personas de la espiritualidad natural y
humana, que no es otra que la que propugna la tolerancia, la libertad,
la fraternidad, y el amor y el respeto profundo a los demás, al mundo, a
uno mismo y a la vida, en todas sus manifestaciones.
Coral Bravo es doctora en Filología