FIESTAS Y MUERTE
Imagino también que no eran plenamente conscientes (porque si lo eran hablamos de psicopatía) de que lo que pedían con alegría y regocijo era la macabra amputación de una parte del cadáver ensangrentado de una vida cuya tortura y cuya muerte ellas habían disfrutado en un día de fiesta y malhadado y soez pasatiempo. Y ello como símbolo del supuesto “triunfo” de un “mequetrefe torturador” (por emplear un término de Jesús Mosterín), cuya valentía consiste en alcanzar la gloria y la fortuna mareando, confundiendo, torturando y asesinando a un ser vivo acorralado y sin posibilidad de escapar o defenderse. A eso yo lo llamo cobardía, porque la verdadera valentía sería admitir que lo que hacen es un acto de desprecio profundo a la sensatez más elementa y a la vida. Y mientras ello ocurría, un ser vivo, repito, no sé si pensante, pero sí sintiente, era asesinado violentamente, con saña y alevosía, tras haber sido torturado, acosado, humillado y lanceado ante el regocijo de una turba de insensibles que pagan dinero por ver tamaño bárbaro disparate. Y es que el pobre toro agonizó y murió de tanta “cultura” y tanto “arte” que rebosa la atrocidad taurina y olé..
Y leo también que ya hay un nuevo condenado a muerte, como en el franquismo. La fecha de ejecución será el próximo 17 de septiembre. Se llama Langosto, y es el toro que será lanceado este año por otra turba de vándalos que disfrutarán de su agonía hasta que muera ensangrentado, en el bochornoso espectáculo del Toro de la Vega, de Tordesillas. Aunque no es el único. Cientos, o miles de animales son torturados y masacrados, incendiados, despeñados o lanceados a lo largo y ancho de nuestra geografía patria en las fiestas de verano. Y es que parece que los españoles hemos heredado el amor por la tortura, la sangre y la muerte de los tiempos de la macabra Inquisición, eso que algunos llaman tradición, y diríase que no sabemos divertirnos sin matar, sin mostrar esa vena monstruosa del que disfruta con el dolor ajeno. Parecemos adictos a la agonía. El adoctrinamiento en el antropocentrismo cristiano y en la loa al sufrimiento y al sacrificio parece que sigue surtiendo su efecto en la conciencia colectiva de los españoles, adormeciéndola e idiotizándola.
Sea como sea, vivimos en un país que goza y se recrea con la muerte. Vivimos en un país incapaz de transmutar la barbarie y el horror del pasado en inquietud por la diversión sin sangre, por la cultura, por la poesía, por el amor a la vida, por la música o por el conocimiento. Vivimos en un país en el que, en los últimos cuatro años, casi dos millones de personas se han ido al extranjero buscando fuera una vida digna; un país desmantelado, que cierra centros educativos públicos mientras que traspasa el dinero público a centros religiosos de élite, sectarios y fundamentalistas; vivimos en un país en que han aumentado de manera alarmante los suicidios provocados por la situación dramática que vivimos, en que, según datos citados en el Congreso Nacional de Laboratorio Clínico, un total de 243 personas intentan suicidarse diariamente con la ingesta de fármacos de todo tipo.
Vivimos en un país gobernado por los que nos están llevando sin pausa a una situación ideológica, económica y política predemocrática. Por esos que aumentan la subvención pública de las corridas de toros, que abren escuelas de tauromaquia, que dan luz verde a la caza indiscriminada en muchas zonas del país, que retoman viejas crueldades ya superadas, como la caza del jabalí. Pan y toros, pan y muerte, aunque más toros y muerte que pan, como en el franquismo. Así nos va, porque el respeto del hombre hacia los animales es inseparable del respeto de los hombres entre ellos mismos.
Coral Bravo es Doctora en Filología
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