La demonización de Irán
La
demonización de Irán parece a veces preparar el terreno para un ataque
militar de Estados Unidos e Israel a Irán. La propaganda acumulada es
muy similar a la dirigida contra el Iraq de Sadam Husein en 2002. En
ambos casos, un Estado aislado con recursos limitados se presenta como
un peligro real para la región y para el
mundo.
mundo.
Irán ha sido denunciado en Washington como la fuente
de donde procede buena parte del mal en Oriente Próximo. Arabia Saudí y
sus aliados suníes ven la mano de Teherán en las protestas de Bahréin y
en las de la Provincia Oriental rica en petróleo de Arabia Saudí. Ante
la salida de las últimas fuerzas estadounidenses de Iraq a finales de
año se están produciendo nefastas advertencias al respecto de que Iraq
se está convirtiendo en un peón de Irán.
Esta demonización de Irán parece a veces preparar el terreno para un
ataque militar de Estados Unidos e Israel a Irán. La propaganda
acumulada es muy similar a la dirigida contra el Iraq de Sadam Husein en
2002. En ambos casos, un Estado aislado con recursos limitados se
presenta como un peligro real para la región y para el mundo. Se da
crédito oficial a teorías de la conspiración, poco probables y a veces
cómicas, como el supuesto complot de un concesionario de automóviles
usados iraní-estadounidense en Texas en equipo con la Guardia
Revolucionaria iraní para asesinar al embajador saudí en Washington. El
programa nuclear de Irán se identifica como una amenaza en la misma
medida y del mismo modo que las inexistentes armas de destrucción masiva
de Sadam Husein.
Por ello, resultó un golpe duro que el distinguido abogado
egipcio-estadounidense Cherif Bassiuni, quien dirigió la Comisión de
Investigación Independiente de Bahréin sobre los disturbios de este año,
afirmara rotundamente en sus 500 páginas del informe la semana pasada
que no hay pruebas de la participación iraní en los acontecimientos de
Bahréin. Esa había sido la convicción esencial de la familia real de
Bahréin y de los monarcas del Golfo. El temor a una intervención armada
iraní fue la justificación para que Bahréin solicitara una contundente
fuerza militar de 1.500 miembros dirigida por Arabia Saudí el 14 de
marzo de este año antes de sacar a los manifestantes de las calles.
Bahréin contó incluso con buques de guerra kuwaitíes para patrullar las
costas de la isla en el caso de que Irán tratara de entregar armas a los
manifestantes chiíes partidarios de la democracia.
Sin duda, los reyes y emires del Golfo se creen de verdad sus propias
teorías de la conspiración. Muchos de los torturados durante la brutal
represión de Bahréin han dado pruebas desde entonces de que sus
torturadores en repetidas ocasiones les preguntaron sobre sus vínculos
con Irán. Pacientes hospitalarios de mediana edad fueron obligados a
firmar confesiones en las que admitían ser miembros de un complot
revolucionario iraní. Después de aceptar el informe Bassiuni, el rey
Hamad bin Isa al-Jalifa dijo que, aunque su gobierno no podía presentar
pruebas claras, el papel de Teherán se hizo evidente para “todo el que
tenga ojos y oídos”.
La misma paranoia sobre Irán se encuentra profundamente entre los
suníes de Oriente Próximo. Un disidente de Bahréin que huyó a Qatar a
principios de este año, me dijo que “la gente en Qatar me preguntaba si
había un túnel que conduce desde la plaza de la Perla [el punto de
reunión de los manifestantes] a Irán. Lo decían solo medio en broma”.
La identificación del activismo político chií con Irán ha calado
demasiado profundo en la mente de los suníes como para borrarla. La
semana pasada presencié un resurgimiento de las protestas entre los dos
millones de chiíes de Arabia Saudí, en su mayoría en la Provincia
Oriental. Los disturbios comenzaron cuando un hombre de 19 años, llamado
Nasser al-Mheishi, fue asesinado en uno de los muchos puestos de
control en Qatif, de acuerdo con Hamza al-Hassan, un activista de la
oposición. Él dice que lo que alimentó la ira popular fue la negativa de
las autoridades durante varias horas a permitir que su familia se
llevara el cadáver. Al igual que en el pasado, el Ministerio del
Interior saudí dijo que los enfrentamientos entre la policía y los
manifestantes fueron “ordenados por patrones extranjeros”, que es
siempre la forma en que el Estado saudí se refiere a Irán.
La oposición dice que los comentarios en Twitter y en Internet de
saudíes no chiíes muestran que la política del gobierno de culpar de
todo a Irán puede que ya no convenza tanto como antes. “Estamos al borde
de un estallido” comentaba una mujer de forma gráfica.
Las protestas en la Provincia Oriental probablemente se
intensificarán. Como en otros lugares del mundo árabe, la juventud ya no
obedece a los líderes tradicionales. El monarca saudí y el bahreiní
podrán culpar a la televisión iraní de inflamar la situación pero lo que
realmente enciende la ira chií es lo que ven en YouTube o lo que leen
en Twitter y en Internet. Lo que influye en los manifestantes no es
tanto Irán como el ejemplo de jóvenes manifestantes similares a ellos
que exigen derechos políticos y civiles en El Cairo y Siria.
En el año del Despertar Árabe, el medio tradicional saudí de
conseguir que los notables locales calmen las cosas ya no funciona. La
semana pasada, aquellos se quejaron ante el gobernador de la Provincia
Oriental, el príncipe Mohammad bin Fahd, (quien les había pedido que
asistieran a una reunión en la capital provincial, Dammam) de que ya no
podían convencer a su gente de que pusieran fin a las protestas porque
sus llamadas a la moderación a comienzos de año no habían producido
ninguna concesión del gobierno saudí con respecto a la discriminación
contra los chiíes. Los prisioneros chiíes detenidos sin juicio desde
1996 no han sido liberados.
En Arabia Saudí y Bahréin la creencia de que la mano oculta de Irán
está detrás de las protestas ha conducido a ambos gobiernos a cometer un
grave error. Han llegado a creerse que se enfrentan a una amenaza
revolucionaria, cuando los chiíes de Bahréin y los saudíes se
conformarían con una participación equitativa en los empleos, con cargos
oficiales y negocios. Los chiíes quieren unirse al club, no volarlo por
los aires. Negándose a ver esto, los monarcas saudí y bahreiní
desestabilizan sus propios Estados.
Irán nunca ha sido tan fuerte como sus enemigos lo representan o como
le gustaría ser. En muchos sentidos, la satanización de los dirigentes
de Irán como una amenaza para la región cumple con la ambición de Irán
de presentarse como una potencia regional.
En la práctica, su retórica sedienta de sangre siempre se ha
combinado con una política exterior cautelosa y cuidadosamente
calculada.
El presidente George W. Bush y Tony Blair siempre se refirieron a
Irán como si tuviera el objetivo de desestabilizar al gobierno iraquí.
Una estupidez, porque Teherán estuvo encantado de ver el final de su
antiguo enemigo Sadam Husein y su reemplazo por un gobierno electo
iraquí dominado por partidos religiosos chiíes. El ministro de
Exteriores iraquí, Hoshyar Zebari, solía decir que era divertido, en las
conferencias donde estaban representados tanto Estados Unidos como
Irán, ver a estadounidenses e iraníes denunciándose con furia unos a
otros por sus nefastas acciones en Iraq, y luego hacer discursos de
apoyo al gobierno iraquí muy similares.
¿Se moverán ahora los iraníes a llenar el vacío dejado por la salida
de tropas estadounidenses? Ciertamente, la importancia de Estados Unidos
en Iraq caerá porque sus soldados se habrán ido y porque ya está
gastando menos dinero en el país. En un momento dado, por ejemplo, la
financiación de la mujabarat iraquí [policía secreta] no figuraba en el
presupuesto iraquí porque la pagaba en su totalidad la CIA.
Considerar que el dominio de Irán sobre Iraq es inevitable resulta
ingenuo: hay demasiados actores poderosos, como Turquía y Arabia Saudí.
Los chiíes de Iraq difieren marcadamente en tradición y en creencias con
respecto de sus correligionarios iraníes. Y los kurdos y los suníes se
opondrán. Si Irán extiende demasiado su mano, como hizo Estados Unidos
después de 2003, se convertirá en el blanco de una horda de enemigos
diferenciados.
En Bahréin, Arabia Saudí e Iraq el papel de Irán como provocador de
los disturbios se ha inventado o se ha exagerado. Sin embargo la misión
de tratar a pacíficos manifestantes como revolucionarios que actúan en
nombre de Irán se ha cumplido. La próxima vez, puede que los reformistas
frustrados busquen ayuda exterior.