Los estudios sobre la potencia mundial
aparecen contaminados de la visión de los historiadores eurocéntricos,
que
distorsionaron e ignoraron el papel dominante que China jugó en la
economía mundial entre 1100 y 1800. La brillante investigación histórica
sobre la economía mundial a lo largo de ese período
realizada por John Hobson [1] proporciona una abundancia de datos
empíricos que defienden la superioridad económica y tecnológica de China
sobre la civilización occidental durante buena parte del
milenio referido antes de su conquista y decadencia en el siglo XIX.
La reaparición de China como potencia
económica mundial plantea importantes preguntas sobre qué podemos
aprender de su anterior auge y caída y sobre las amenazas
externas e internas a las que puede enfrentarse esta superpotencia
económica emergente en el futuro inmediato.
En primer lugar, vamos a trazar los
contornos principales del auge histórico de China hasta su superioridad
económica global sobre Occidente antes del siglo XIX
siguiendo estrechamente el relato de John Hobson en The Eastern Origins of Western Civilization.
Debido a que la mayoría de los historiadores económicos occidentales
(liberales,
conservadores y marxistas) han presentado a la China histórica como
una sociedad estancada, atrasada y provinciana, un “despotismo a la
oriental”, es preciso hacer ciertas detalladas
correcciones. Y es especialmente importante subrayar cómo China, la
potencia tecnológica mundial entre 1100 y 1800, hizo posible la
aparición de Occidente. Fue solo tomando prestadas y asimilando
las innovaciones chinas que Occidente pudo llevar a cabo la
transición al capitalismo moderno y a las economías imperialistas.
En segundo lugar, analizaremos y
discutiremos los factores y circunstancias que llevaron a la decadencia
china en el siglo XIX y su consiguiente dominación,
explotación y pillaje por parte de los países imperiales
occidentales, primero Inglaterra y después Europa, Japón y los EEUU.
En tercer lugar, señalaremos
brevemente los factores que llevaron a la emancipación china del dominio
colonial y neocolonial y analizaremos su reciente auge hasta
convertirse en la segunda mayor potencia económica global.
Finalmente, consideraremos las
amenazas pasadas y presentes al auge de China como potencia económica
global, subrayando los parecidos entre el colonialismo
británico de los siglos XVIII y XIX y las actuales estrategias
imperialistas de EEUU, centrándonos en las debilidades y fortalezas de
las pasadas y presentes respuestas chinas.
China: Auge y consolidación como potencia global (1100-1800)
En un formato comparativo
sistemático, John Hobson proporciona una abundancia de indicadores
empíricos que demuestran la superioridad económica global de China
sobre Occidente y, en particular, sobre Inglaterra. Estos son
algunos de los hechos destacados:
-
Ya en el año 1078, China era el
mayor productor de acero (125.000 toneladas); mientras que Gran Bretaña
produjo, en 1788, 76.000 toneladas. Y China estaba a la
cabeza del mundo en innovaciones técnicas para la fabricación de
textiles siete siglos antes de la “revolución textil” del siglo XVIII
de Gran Bretaña.
-
China era la principal nación en
el sector comercial, con un comercio a larga distancia que llegaba hasta
la mayor parte del Sur de Asia, África, Oriente Medio
y Europa. La “revolución agrícola” y la productividad superaron
las de Occidente hasta el siglo XVIII.
-
Sus innovaciones en la producción
de papel, imprenta, armas de fuego y herramientas la convirtieron en
una superpotencia manufacturera cuyos productos se
transportaban por todo el mundo a través del más avanzado
sistema de navegación. China poseía el mayor número de barcos
comerciales en el mundo. En 1588, los buques ingleses más grandes
desplazaban alrededor de 400 toneladas, los de China 3.000
toneladas. Incluso hasta finales del siglo XVIII, los comerciantes
chinos disponían de 130.000 buques privados de transporte, varias
veces los de Gran Bretaña. China conservó su posición
preeminente en la economía mundial hasta principios del siglo XIX.
-
Los fabricantes británicos y
europeos seguían el ejemplo de China, asimilando y adoptando sus más
avanzadas tecnologías y estaban ansiosos por penetrar en el
avanzado y lucrativo mercado chino.
-
La banca, la economía con papel
moneda estable, la industria manufacturera y los altos rendimientos en
la agricultura hicieron que el ingreso per capita de
China igualara el de Gran Bretaña en 1750.
-
La posición global dominante de
China se vio desafiada por el auge del imperialismo británico, que había
adoptado las avanzadas innovaciones tecnológicas, de
navegación y mercado de China y otros países asiáticos a fin de
eludir las primeras etapas para llegar a convertirse en una potencia
mundial [2].
El imperialismo de Occidente y la decadencia de China
La conquista imperial británica y
occidental del Oriente se basó en la naturaleza militarista del estado
imperial, en sus no recíprocas relaciones económicas
comerciales con los países de ultramar y en la ideología imperial
occidental que motivó y justificó las conquistas en el exterior.
A diferencia de China, fue la
política militar la que impulsó la revolución industrial británica y la
expansión exterior. Según Hobson, durante el período
1688-1815, Gran Bretaña estuvo implicada en guerras durante el 52%
de ese período [3]. Mientras que los chinos confiaban en sus mercados
abiertos y en su producción superior y sofisticadas
técnicas bancarias y comerciales, los británicos acudieron a la
protección arancelaria, a la conquista militar, a la destrucción
sistemática de empresas competitivas extranjeras, así como a la
apropiación y saqueo de recursos locales. El predominio global chino
se basaba en “beneficios recíprocos” con sus socios comerciales, mientras que Gran Bretaña
dependía de ejércitos mercenarios de ocupación, de la represión salvaje y de la política de “divide y vencerás”
para fomentar rivalidades locales. Frente a la
resistencia de los nativos, los británicos (así como otras potencias
imperiales occidentales) no dudaron en exterminar a comunidades enteras
[4].
Incapaces de apoderarse del mercado
chino a través de la competitividad económica, Gran Bretaña se apoyó en
un poder militar brutal. Movilizó, armó y envió
mercenarios, desde sus colonias en la India y más lugares para
forzar a China a aceptar sus exportaciones e imponer tratados injustos
con tarifas más bajas. Como consecuencia, China se vio
inundada del opio británico producido en las plantaciones británicas
en la India, a pesar de las leyes chinas que prohibían o regulaban la
importación y venta de narcóticos. Los gobernantes
chinos, acostumbrados desde hacía mucho tiempo a su superioridad
manufacturera y comercial, no estaban preparados ante las “nuevas normas
imperiales” para hacerse con el poder global. La
disposición de Occidente a utilizar el poder militar para establecer
colonias, saquear recursos y reclutar ejércitos inmensos de mercenarios
dirigidos por oficiales europeos anunció el fin de
China como potencia mundial.
China había basado su predominio económico en la “no interferencia en los asuntos internos de
sus socios comerciales”. En
cambio, los imperialistas británicos intervinieron violentamente en
Asia, reorganizando las economías locales para ajustarlas a las
necesidades del imperio (eliminando los competidores económicos,
incluidos los más eficientes fabricantes indios del algodón) y se
apropiaron del control del aparato político, económico y
administrativo para establecer el estado colonial.
El imperio británico se construyó con
los recursos saqueados a las colonias y mediante la militarización
masiva de su economía [5]. Fue así como pudo afianzar la
supremacía militar sobre China. La excesiva confianza de las elites
gobernantes chinas en las relaciones comerciales obstaculizó su política
exterior. Las elites de comerciantes y funcionarios
chinos trataron de apaciguar a los británicos y convencer al
emperador de que hiciera devastadoras concesiones extraterritoriales
abriendo mercados en detrimento de los fabricantes chinos, a la
vez que renunciaban a la soberanía local. Como siempre, los
británicos favorecieron las revueltas y rivalidades internas
desestabilizando aún más el país.
La penetración y colonización británica y occidental del mercado chino creó toda una nueva clase: Los “compradores”
chinos ricos
importaban productos británicos y facilitaban la apropiación de los
mercados y recursos locales. El pillaje imperialista forzó la
explotación, además de mayores impuestos, de las grandes masas de
campesinos y trabajadores chinos. Los gobernantes de China se vieron
obligados a pagar las deudas de la guerra y los déficits financieros
comerciales impuestos por las potencias imperiales
occidentales exprimiendo a su campesinado. Esto provocó hambre y
revueltas entre los campesinos.
A primeros del siglo XX (menos de un
siglo después de las Guerras del Opio), China había descendido de
potencia económica mundial a convertirse en un destrozado
país semicolonial con una inmensa población indigente. Los puertos
principales estaban controlados por los funcionarios de las potencias
occidentales y el campesinado estaba sometido al dominio
de corruptos y brutales señores de la guerra. El opio británico
esclavizó a millones de seres.
Los académicos británicos: Excelentes apologistas de la conquista imperial
Toda la profesión académica
occidental –sobre todo los historiadores imperiales británicos-
atribuyeron el dominio imperial británico de Asia a la “superioridad
tecnológica” inglesa y la miseria y status colonial de China al
“atraso oriental”, omitiendo cualquier mención al milenio de progreso y
superioridad técnica y comercial de China hasta comienzos
del siglo XIX. A finales de la década de 1920, con la invasión
imperial japonesa, China dejó de existir como país unificado. Bajo la
égida del dominio imperial, cientos de millones de chinos
habían muerto de hambre o habían quedado desposeídos o masacrados.
Toda la elite compradora “colaboracionista” china había quedado
desacreditada a los ojos del pueblo chino.
Lo que quedó en la memoria colectiva
de la gran masa del pueblo chino –totalmente ausente de los relatos de
los prestigiosos académicos estadounidenses y
británicos- fue la sensación de que China había sido en otro tiempo
una potencia mundial próspera, dinámica e importante. Los comentaristas
occidentales rechazaban esa memoria
“colectiva” de la supremacía china como las locas pretensiones de una realeza y señores nostálgicos: la vana arrogancia Han.
China emerge de las cenizas de la humillación y el saqueo imperialistas: La revolución comunista china
El auge de la China moderna hasta
convertirse en la segunda mayor economía mundial fue posible solo a
través de los éxitos de la revolución comunista china de
mediados del siglo XX. El Ejército Rojo de Liberación Popular
derrotó primero al invasor ejército imperialista japonés y después al
ejército nacionalista del Kuomintang, al que apoyaba el
imperialismo estadounidense. Esto permitió reunificar China como
estado soberano independiente. El gobierno comunista abolió los
privilegios extraterritoriales de los imperialistas occidentales,
puso fin a los feudos territoriales de los señores de la guerra y
gángsteres regionales y expulsó a los millonarios propietarios de
burdeles, a los traficantes de mujeres y drogas así como a
otros “proveedores de servicios” al Imperio Europeo-Estadounidense.
La revolución comunista forjó el
moderno estado chino en todos los sentidos. Los nuevos dirigentes
procedieron entonces a reconstruir una economía arrasada por las
guerras imperiales y saqueada por los capitalistas japoneses y
occidentales. Después de 150 años de infamia y humillación, el pueblo
chino recuperó su orgullo y dignidad nacionales. Los elementos
socio-psicológicos eran esenciales para motivar a los chinos en la
defensa de su país ante los ataques, sabotajes, boicots y bloqueos
orquestados por EEUU inmediatamente después de su
liberación.
A diferencia de lo que dicen los
economistas neoliberales chinos y occidentales, el crecimiento dinámico
de China no empezó en 1980. Empezó en 1950, cuando la
reforma agraria proporcionó tierra, infraestructuras, créditos y
asistencia técnica a cientos de millones de campesinos destituidos y
trabajadores rurales sin tierras. Mediante lo que ahora se
llama “capital humano” y una movilización social gigantesca, los
comunistas construyeron carreteras, aeropuertos, puentes, canales y vías
férreas así como industrias básicas, como la del carbón,
hierro y acero, para formar la columna vertebral de la economía
moderna china. Los inmensos sistemas sanitario y educativo gratuitos de
la China comunista crearon una fuerza de trabajo saludable,
educada y motivada. Su ejército, altamente profesional, impidió que
EEUU extendiera su imperio militar a través de la península de Corea
hasta las fronteras territoriales chinas. Al igual que los
académicos y propagandistas occidentales del pasado fabricaron una
historia acerca de un imperio “estancado y decadente” para justificar
sus destructivas conquistas, de la misma forma sus
homólogos modernos han vuelto a escribir los primeros treinta años
de la historia comunista china, negando el papel de la revolución en el
desarrollo de todos los elementos esenciales para un
estado, una sociedad y una economía modernas. Está claro que el
rápido crecimiento económico de China se basó en el desarrollo de su
mercado interno, en el rápido crecimiento de su equipo de
científicos, técnicos y trabajadores bien formados y en la red de
seguridad social que protegió y promovió la movilidad de la clase
trabajadora y campesinado, todo ello producto de la
planificación e inversiones chinas.
El auge de China como potencial
global empezó en 1949 con la eliminación de las parásitas clases
financieras, compradoras y especulativas que habían servido de
intermediarias para los imperialistas europeos, japoneses y
estadounidenses que despojaron a China de sus grandes riquezas.
La transición de China al capitalismo
A principios de 1980, el gobierno
chino inició un cambio drástico en su estrategia económica: Durante las
tres décadas siguientes, abrió el país a la inversión
exterior a gran escala; privatizó miles de industrias y puso en
marcha un proceso de concentración de la renta basado en una deliberada
estrategia de recrear una clase económica dominante de
multimillonarios vinculados a capitalistas extranjeros. La clase
política gobernante china abrazó la idea de “prestar”
conocimientos técnicos y el acceso a los mercados de ultramar de
firmas extranjeras a cambio de proporcionar abundante mano de obra
barata al coste más bajo. El estado chino desvió subvenciones públicas
masivas a promover un alto crecimiento capitalista
desmantelando su sistema nacional de educación y sanidad públicas
gratuitas. Acabaron con la vivienda pública subvencionada para cientos
de millones de campesinos y trabajadores de fábricas
urbanas y proporcionaron financiación a los especuladores
inmobiliarios para la construcción de apartamentos privados de lujo y
rascacielos de oficinas. La nueva estrategia capitalista de China,
así como su crecimiento de dos dígitos, se basaron en los profundos
cambios estructurales y en las masivas inversiones públicas del anterior
gobierno comunista. El despegue del sector privado de
China se llevó a cabo en base a los inmensos desembolsos públicos
hechos a partir de 1949.
La nueva clase capitalista triunfante
y sus colaboradores occidentales reclamaron todo el crédito posible
para este “milagro económico” mientras China se convertía
en la segunda mayor economía mundial. Estas nuevas elites chinas han
estado menos dispuestas a anunciar el estatus de primera categoría de
China a partir de las brutales desigualdades de clase,
rivalizando solo con EEUU.
China: De la dependencia imperial al competidor mundial de primer orden
El sostenido crecimiento chino en el
sector manufacturero fue consecuencia de inversiones públicas altamente
concentradas, altos beneficios, innovaciones
tecnológicas y un mercado interno protegido. Aunque el capital
extranjero obtuvo beneficios, fue siempre dentro del marco de las
prioridades y reglamentaciones estatales chinas. La dinámica del
régimen de la “estrategia de exportación” ha creado inmensos
excedentes comerciales, que finalmente han hecho de China uno de los
mayores acreedores del mundo, especialmente de deuda
estadounidense. Para mantener sus dinámicas industrias, China ha
necesitado de entradas inmensas de materias primas, lo que ha motivado
inversiones exteriores a gran escala y acuerdos comerciales
con países exportadores de agro-minerales en África y Latinoamérica.
En 2010, China desplazó a EEUU y Europa como principal socio comercial
de muchos países de Asia, África y
Latinoamérica.
El ascenso de la China moderna a
potencia económica mundial, como su predecesora entre 1100 y 1800, se ha
basado en su gigantesca capacidad productiva: el comercio
y la inversión se han regido por una política de estricta no
interferencia en las relaciones internas de sus socios comerciales. A
diferencia de EEUU, China no inició guerras brutales por el
petróleo; en cambio firmó contratos lucrativos. Y China no combatió
guerras en interés de los chinos de ultramar, como EEUU ha hecho en
Oriente Medio a favor de Israel.
El aparente desequilibrio entre el
poder económico y militar de China contrasta de forma aguda con EEUU,
donde un imperio militar inflado y parasitario continúa
socavando su propia presencia económica global.
El gasto militar de EEUU es doce
veces el de China. Cada vez más, el ejército de EEUU juega un papel
clave a la hora de moldear la política en Washington mientras
trata de debilitar el ascenso de China a potencia global.
El ascenso de China a potencia mundial: ¿se repetirá la historia a sí misma?
China ha estado creciendo a un 9% por
año y sus productos y servicios están aumentando rápidamente en calidad
y valor. En cambio, EEUU y Europa llevan revolcándose
en un crecimiento 0% desde 2007 a 2012. El innovador establishment
tecno-científico chino asimila rutinariamente los inventos más
recientes de Occidente (y Japón) mejorándolos, rebajando
por tanto los costes de producción. China ha sustituido a las
“instituciones financieras internacionales” controladas por EEUU y
Europa (el FMI, el Banco Mundial, el Banco de Desarrollo
Interamericano) como principal prestamista en Latinoamérica. China
continúa estando a la cabeza como principal inversor en los recursos
mineros y energéticos de África. China ha sustituido a EEUU
como principal mercado para el petróleo iraní, sudanés y saudí y
pronto sustituirá a EEUU como principal mercado para los productos
petrolíferos venezolanos. En la actualidad, China es el mayor
exportador y fabricante de manufacturas del mundo, dominando incluso
el mercado estadounidense, mientras juega el papel de salvavidas
financiero al poseer alrededor de 1.300 billones de dólares
en bonos del Tesoro estadounidense.
Bajo las crecientes presiones de sus
trabajadores y campesinos, los gobernantes chinos han estado
desarrollando el mercado interno aumentando los salarios y el
gasto social para reequilibrar la economía y evitar el espectro de
la inestabilidad social. En cambio, los salarios y servicios públicos
vitales de EEUU han disminuido de forma aguda en términos
absolutos y relativos.
Teniendo en cuenta las tendencias
históricas actuales, está claro que China sustituirá a EEUU como
principal potencia económica mundial en la próxima década si el
imperio estadounidense no contraataca y si las profundas
desigualdades de clase chinas no provocan importantes agitaciones
sociales.
El ascenso de la China moderna a
potencia global enfrenta serios desafíos. A diferencia del histórico
ascenso chino a nivel mundial del pasado, el poder económico
global moderno chino no va acompañado de ninguna empresa
imperialista. China ha quedado seriamente rezagada detrás de EEUU y
Europa en cuanto a la capacidad agresiva de hacer la guerra. Quizá
esto ha permitido a China dirigir recursos públicos a maximizar el
crecimiento económico, pero ha dejado a China en situación vulnerable
ante la superioridad militar estadounidense frente a su
arsenal masivo, su red de bases de avanzada y sus posiciones
geomilitares y estratégicas justo frente a la costa china y en los
territorios colindantes.
En el siglo XIX, el imperialismo
británico echó abajo la posición global china con su superioridad
militar, apropiándose de los puertos chinos, debido a la
confianza de China en su “superioridad mercantil”.
La conquista de la India, Birmania y
la mayor parte de Asia permitió a los británicos establecer bases
coloniales y reclutar ejércitos mercenarios locales. Los
británicos y sus mercenarios aliados cercaron y aislaron a China,
preparando el camino para perturbar los mercados chinos e imponer
condiciones brutales a su comercio. La presencia armada del
Imperio británico dictó lo que China tenía que importar (con el opio
alcanzando el 50% de las exportaciones británicas en la década que se
inició en 1850) mientras socavaban las ventajas
competitivas de China a través de políticas arancelarias.
Hoy en día, EEUU está siguiendo
políticas parecidas: La flota naval estadounidense patrulla y controla
las rutas marítimas comerciales chinas y los recursos
petroleros extraterritoriales a través de sus bases en el exterior.
La Casa Blanca de Obama-Clinton está en proceso de desarrollar una
respuesta militar rápida que implicará a sus bases en
Australia, Filipinas y otros lugares de Asia. EEUU está
intensificando sus esfuerzos para socavar el acceso exterior de China a
los recursos estratégicos mientras se dedica a apoyar “bases” de
separatistas e “insurgentes” en el oeste de China, Tibet, Sudán,
Birmania, Irán, Libia, Siria y otros lugares. Los acuerdos militares de
EEUU con la India y la instalación de un régimen-títere
acomodaticio en Pakistán han hecho avanzar su estrategia de aislar a
China. Aunque China mantiene su política de “desarrollo armonioso” y
“no interferencia en los asuntos internos de otros
países”, se ha hecho a un lado cuando el imperialismo bélico europeo
y estadounidense ha atacado a alguno de los socios comerciales de China
con el objetivo fundamental de invertir la pacífica
expansión comercial de China. La carencia de una estrategia
ideológica y política de China capaz de proteger sus intereses
económicos en el exterior ha sido una invitación para que EEUU y la OTAN
establecieran regímenes hostiles a China. El ejemplo más destacado
es Libia, donde EEUU y la OTAN intervinieron para derrocar a un gobierno
independiente dirigido por el presidente Gadafi, con
quien China había firmado acuerdos comerciales e inversiones por
valor multimillonario. Los bombardeos de ciudades, puertos e
instalaciones petrolíferas por la OTAN obligaron a los chinos a
retirar a 35.000 trabajadores de la construcción e ingenieros del
petróleo chinos en cuestión de días. Lo mismo sucedió en Sudán, donde
China había invertido miles de millones para desarrollar su
industria petrolera. EEUU, Israel y Europa armaron a los rebeldes de
Sudán del Sur para interrumpir el flujo de petróleo y atacar a los
trabajadores chinos en el sector [6]. En ambos casos, China
permitió pasivamente que los imperialistas estadounidenses y
europeos atacaran a sus socios comerciales y frenaran sus inversiones.
Bajo Mao Tse Tung, China tuvo una
política activa de contención de la agresión imperial: Apoyaba a
movimientos revolucionarios y a gobiernos del Tercer Mundo. En la
actualidad, la China capitalista no tiene una política activa para
apoyar gobiernos o movimientos capaces de proteger el comercio bilateral
y los acuerdos de inversión de China. La política
exterior de China está moldeada por grandes intereses comerciales,
financieros y manufactureros que confían en el “aspecto económico
competitivo” para conseguir cuotas de mercado y no entienden
de bases militares y de seguridad del poder económico global. La
clase política china está profundamente influida por una nueva clase de
multimillonarios con fuertes vínculos con los fondos de
capital occidentales que han absorbido sin reparo los valores
culturales occidentales. Esto queda ilustrado por su preferencia a
enviar a sus propios hijos a las universidades de elite en EEUU y
en Europa. Tratan de “acomodarse a Occidente” a cualquier precio. Esta falta de comprensión estratégica de la construcción del imperio militar les ha llevado a responder de
forma ineficaz y ad hoc a cada acción imperialista que ha socavado su acceso a recursos y mercados.
Aunque la visión de China del
“negocio primero” pudo haber funcionado cuando era un actor menor en la
economía mundial y los constructores del imperio
estadounidense veían la “apertura al capitalismo” como un
oportunidad de hacerse fácilmente con las empresas públicas de China y
saquear su economía, sin embargo, cuando China (a diferencia de la
ex URSS) decidió retener los controles de capital y desarrollar una
“política industrial” cuidadosamente calibrada, y bajo control estatal,
dirigiendo el capital occidental y la transferencia de
tecnología a las empresas estatales, que penetraron eficazmente en
los mercados internos y exteriores de EEUU, Washington empezó a quejarse
y a hablar de represalias.
Los inmensos excedentes comerciales
de China con EEUU provocaron una respuesta dual de Washington: Vendió
cantidades masivas de bonos del Tesoro estadounidense a
los chinos y empezó a desarrollar una estrategia global para
bloquear el avance chino. Como EEUU carecía de apalancamiento económico
para revertir su decadencia, confió solo en su “ventaja
comparativa”: su superioridad militar basada en un amplio sistema
mundial de bases de ataque, una red de regímenes-clientes en el
exterior, apoderados militares, ONG, intelectuales y mercenarios
armados. Washington se volvió hacia su inmenso, secreto y
clandestino aparato de seguridad para debilitar a los socios comerciales
de China. Washington depende desde hace mucho tiempo de sus
lazos con gobernantes corruptos, disidentes, periodistas y magnates
de los medios para proporcionar la cobertura más poderosa
propagandística mientras avanza en su ofensiva militar contra los
intereses de China en el exterior.
China no tiene nada para competir con
el “aparato de seguridad” de EEUU debido a que practica una política de
“no interferencia”. Dado el avanzado estado de la
ofensiva imperial occidental, China ha adoptado tan solo unas
cuantas iniciativas diplomáticas, tales como financiar algunas cadenas
de medios en lengua inglesa para presentar sus puntos de
vista, utilizando su poder de veto en el Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas para oponerse a los esfuerzos de EEUU para derrocar el
régimen de Asad en Siria y oponerse a la imposición de
sanciones drásticas contra Irán. Repudió severamente el vitriólico
cuestionamiento de la secretaria de estado de EEUU Hillary Clinton
acerca de la “legitimidad” del estado chino cuando votó
contra la resolución de EEUU y la ONU preparando un ataque contra
Siria [7].
Los estrategas militares chinos son
más conscientes de la situación y se sienten alarmados ante la creciente
amenaza militar hacia China. Han pedido, y se les ha
aceptado, un 19% de incremento anual en el gasto militar para los
próximos cinco años (2011-2015) [8]. Incluso con este incremento, los
gastos militares de China serán menos de la quinta parte
del presupuesto militar estadounidense y China no tiene ninguna base
en el exterior en marcado contraste con las más de 750 instalaciones de
EEUU por todo el mundo. Las operaciones de
inteligencia chinas en el exterior son mínimas e ineficaces. Sus
embajadas se ocupan de estrechos intereses comerciales y no entendieron
en absoluto la brutal política de la OTAN para cambiar el
régimen en Libia y no informaron a Pekín de su importancia para el
estado chino.
Existen otras dos debilidades
estructurales que socavan el ascenso de China como potencia mundial.
Esto incluye a la muy “occidentalizada” intelligentsia,
que se ha tragado sin sentido crítico la doctrina económica
estadounidense sobre el libre mercado mientras pasan por alto su
militarizada economía. Esos intelectuales chinos repiten como
papagayos la propaganda de EEUU acerca de las “ virtudes
democráticas ” de las multimillonarias campañas presidenciales a la vez
que apoyan la desregulación financiera que habría llevado a Wall
Street a apoderarse de los bancos y ahorros chinos. Muchos asesores
empresariales y académicos chinos se han educado en EEUU y están
influenciados por sus lazos con los académicos estadounidenses
y las instituciones financieras internacionales directamente
vinculadas con Wall Street y la City londinense. Han prosperado como
asesores bien remunerados que logran puestos prestigiosos en las
instituciones chinas. Identifican la “liberalización de los mercados
financieros” con las “economías avanzadas” capaces de profundizar los
lazos con los mercados globales en lugar de ser una
fuente importante de la actual crisis financiera global. Estos
“intelectuales occidentalizados” son como sus homólogos los compradores
del siglo XIX, que subestimaron y rechazaron las
consecuencias a largo plazo de la penetración imperial occidental.
Son incapaces de comprender cómo la desreglamentación financiera en EEUU
fue lo que precipitó la actual crisis y cómo la
desregulación va a llevar a que Occidente se apodere del sistema
financiero chino, cuyas consecuencias redistribuirían los ahorros
internos chinos en actividades no productivas (especulación
inmobiliaria), precipitarían la crisis financiera y, en último
término, socavarían la importante posición global de China.
Esos yuppies chinos imitan lo peor de
los estilos de vida consumistas de Occidente, y sus puntos de vista
políticos están influidos por esos estilos de vida e
identidades occidentalizadas que excluyen cualquier sentido de
solidaridad con su propia clase trabajadora.
Hay una base económica para los
sentimientos pro-occidentales de los neocompradores chinos. Han
transferido miles de millones de dólares a cuentas en bancos
extranjeros, han comprado casas y apartamentos de lujo en Londres,
Toronto, Los Ángeles, Manhattan, París, Hong Kong y Singapur. Solo
tienen un pie en China (la fuente de su riqueza) y el otro en
Occidente (donde consumen y esconden su riqueza).
Los compradores occidentalizados
están profundamente empotrados en el sistema económico de China al tener
vínculos familiares con los dirigentes políticos en el
aparato del partido y el estado. Sus conexiones son más débiles en
el ejército y en los crecientes movimientos sociales, aunque algunos
estudiantes “disidentes” y activistas académicos de los
“movimientos pro democracia” cuentan con el apoyo de las ONG
imperiales de Occidente. En la medida en que los compradores van ganando
influencia, van debilitando las fuertes instituciones
estatales económicas que han dirigido el ascenso chino a potencia
global, al igual que hicieron en el siglo XIX actuando como
intermediarios para el Imperio británico. Proclamando el
“liberalismo” del siglo XIX, 50 millones de chinos se volvieron
adictos al opio en menos de una década. Proclamando la “ democracia y
los derechos humanos ” , las cañoneras estadounidenses
patrullan ahora frente a las costas de China. El ascenso de China,
dirigido por las elites, a potencia económica global ha engendrado
desigualdades monumentales entre unos miles de nuevos
multimillonarios y millonarios en lo alto de la pirámide y cientos
de millones de empobrecidos trabajadores, campesinos y emigrantes en la
base.
La rápida acumulación de riqueza y
capital de China ha sido posible a través de una intensa explotación de
sus trabajadores a los que se despojó de sus anteriores
redes de seguridad social y condiciones reguladas de trabajo que el
comunismo garantizaba. Millones de hogares chinos han quedado
desposeídos a fin de promover a los promotores/especuladores
inmobiliarios que se han dedicado después a construir oficinas de
alto nivel y apartamentos de lujo para las elites internas y
extranjeras. Esos rasgos brutales de ascendente capitalismo chino
han creado una fusión entre la lucha de las masas por un lugar de
trabajo y por un espacio para vivir que es mayor cada año. El eslogan de
los promotores/especuladores de “hacerse rico es
maravilloso” ha perdido su capacidad de engañar a la gente. En
2011, había alrededor de 200.000 fábricas costeras urbanas que
englobaban pueblos rurales. El próximo paso, que seguro se
producirá, será la unificación de estas luchas en nuevos movimientos
sociales nacionales con una agenda de clase exigiendo la restauración
de los servicios educativos y sanitarios disfrutados
bajo la era comunista así como una mayor porción de la riqueza de
China. Las actuales demandas de mayores salarios pueden convertirse en
demandas de mayor democracia en el lugar del trabajo. Para
responder a estas demandas populares, los nuevos liberales
compradores occidentalizados no pueden señalar hacia su “modelo” en el
imperio estadounidense, donde sus trabajadores están inmersos en
un proceso por el que les están despojando de los mismos beneficios
que los trabajadores chinos están intentando recuperar.
China, asolada por un conflicto
político y de profundización de los enfrentamientos de clase cada vez
más profundo, no puede mantener su deriva hacia el liderazgo
económico global. Las elites chinas no pueden afrontar la creciente
amenaza militar imperial global de EEUU, con sus aliados compradores en
la elite liberal interna, mientras en el país la
sociedad está profundamente dividida con unas clases trabajadoras
cada vez más hostiles. La época de explotación desenfrenada de la mano
de obra china tiene que terminar para poder enfrentar el
cerco militar estadounidense de China y el desbaratamiento económico
de sus mercados en el exterior. China posee enormes recursos. Con más
de 1.500 billones de dólares en reservas, China puede
financiar un amplio programa sanitario y educativo nacional por todo
el país.
China puede permitirse poner en
marcha un “programa de vivienda pública” intensivo para los 250 millones
de trabajadores que han emigrado del campo y que en la
actualidad están viviendo en la miseria urbana. China puede imponer
un sistema fiscal progresivo a sus nuevos multimillonarios y millonarios
y financiar las pequeñas cooperativas agrícolas
familiares y las industrias rurales a fin de reequilibrar la
economía. Su programa de desarrollo de fuentes energéticas alternativas,
como paneles solares y energía eólica, son un prometedor
comienzo para abordar su grave contaminación medioambiental. La
degradación del medio ambiente y los problemas relacionados con la salud
están ya preocupando a decenas de millones de chinos. En
última instancia, la mejor defensa de China contra las invasiones
imperiales es un régimen estable basado en la justicia social para
cientos de millones y una política exterior de apoyo a los
movimientos y regímenes antiimperialistas en el exterior, cuya
independencia es de vital interés para China. Lo que se necesita es una
política proactiva basada en empresas mixtas mutuamente
beneficiosas, incluida la solidaridad militar y diplomática. Hay ya
un grupo pequeño, aunque influyente, de intelectuales chinos que están
planteando la cuestión de la creciente amenaza militar
estadounidense y están “diciendo no a la diplomacia de las cañoneras” [9].
La China moderna cuenta con multitud
de recursos y oportunidades de los que no disponía la China del siglo
XIX, cuando se vio subyugada por el Imperio británico. Si
EEUU prosigue intensificando su política agresiva militarista contra
China, Pekín puede poner en marcha una seria crisis fiscal inundando el
mercado con varios de sus cientos de miles de millones
de dólares en bonos del Tesoro estadounidense. China, una potencia
nuclear, debería contactar con su vecina Rusia, armada y amenazada por
igual, para enfrentar y frustrar los belicosos
comentarios de la secretaria de estado Hillary Clinton. El próximo
presidente ruso Putin ha prometido incrementar el gasto militar del 3%
al 6% del PIB en la próxima década para contrarrestar la
ofensiva de bases de misiles de Washington en las fronteras de Rusia
y truncar los programas de “cambio de régimen” de Obama contra sus
aliados, como en el caso de Siria [10].
China tiene redes poderosas
comerciales, financieras e inversiones por todo el planeta así como
potentes socios económicos. Estos lazos se han convertido en algo
esencial para el crecimiento continuado de muchos países en el mundo
en desarrollo. Al enfrentarse a China, EEUU tendrá que enfrentar la
oposición de muchas elites poderosas de mercado por todo
el mundo. Pocos países o elites pensarían en vincular en el futuro
sus fortunas con un imperio económicamente inestable y basado en el
militarismo y en destructivas ocupaciones coloniales.
Es decir, la China moderna, como
potencia mundial, es incomparablemente más fuerte que a principios del
siglo XVIII. EEUU no tiene el apalancamiento colonial que el
ascendente Imperio británico poseía en el período previo a las
Guerras del Opio. Además, muchos intelectuales chinos y la inmensa
mayoría de sus ciudadanos no tienen la intención de aceptar que
los actuales “compradores occidentalizados” vendan el país.
Nada aceleraría más la polarización política en la sociedad china y
adelantaría la llegada de una segunda revolución social
china que unos dirigentes pacatos sometiéndose a una nueva era de
pillaje imperial de Occidente.